Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

lunes, 22 de diciembre de 2008

Ginés, yo y otras circunstancias (Cinco)

(Imagen: Alexander Bok)
Me arreglé lo mejor que pude y regresé al comedor donde mi madre esperaba impaciente. Aunque el polvo no había durado más de diez minutos, nuestra ausencia se había alargado un poco, por lo que la mujer llevaba más de veinte minutos de espera, suficiente para acabar con la paciencia de cualquiera. Me saqué de la manga una repentina indisposición y me disculpé con mamá, al tiempo que cogía el bolso y salía a toda prisa. No esperé el regreso de Ginés.

En los días siguientes no dejé de castigarme sin piedad, sobre todo por faltar a algunos de mis más arraigados principios: no ceder a la tentación de un polvo rápido aún cuando el cuerpo me lo pidiese a gritos, y lo más importante, no hacerlo jamás con un hombre ligado sentimentalmente a alguien, lo que incluía por supuesto al novio de mi madre.

Por otro lado, me abstuve de contestar las insistentes llamadas de Ginés que se repetían tres o cuatro veces al día, dejándome grabados en el buzón de voz largos mensajes cargados de insinuaciones que tenían la virtud de hacerme revivir una y otra vez nuestro encuentro.

Habían pasado dos semanas y cuatro sesiones de psicoanálisis, cuando una tarde Ginés se presentó en mi casa. Sin mucho que hacer y desalentada por las bajas temperaturas que sufríamos desde hacía unos días, decidí pasar la tarde del sábado tirada en el sofá, viendo alguna película para pasar el rato y con un enorme bol de palomitas entre las piernas. En ésas estaba cuando sonó el timbre, solté una maldición y fui a ver quién osaba enturbiar la placidez de aquella aburrida tarde. Abrí la puerta y allí estaba él. Parecía que este hombre tenía el don de la oportunidad: siempre me pillaba en bata y zapatillas… maldita sea.

Tengo que hablar contigo, me dijo, y no contestas mis llamadas. Es que yo no tengo nada que decirte, le contesté yo, parapetada tras la puerta, sin dejarle pasar. Por favor ¿qué te cuesta escucharme un momento? insistió con su voz más tierna y lastimera, sólo quiero disculparme y pedirte un favor, necesito que me ayudes. Está bien, me dije, no pasa nada si le escuchas, eres lo suficientemente adulta y responsable para echarle de tu casa si intenta propasarse… ¿lo era? No estaba yo tan segura, el tipo tenía algo que revolucionaba mis hormonas hasta volverlas del todo incontrolables.

Me hice a un lado y dejé la puerta libre. Luego le dí la espalda y volví a ocupar mi sitio en el sofá. Instantes después él me siguió y tomó asiento en uno de los sillones. Está bien, soy toda oídos, a ver qué era eso tan importante que tenías que decirme. Empezó disculpándose por su forma de actuar que desembocó en el incidente de los servicios. ¡Vaya! A cualquier cosa llama incidente, pensé. No quería decir que se arrepentía de lo que había ocurrido, o sí se arrepentía pero le había gustado, lo que pasaba es que se sentía culpable por mi madre. Él la quería, quizá no de la misma forma en que ella le quería a él, pero sentía por ella un gran cariño y no estaba bien lo que habíamos hecho. ¡Vaya! Gracias por recordármelo, volví a pensar. ¿Has venido a proponerme alguna clase de penitencia? Ya me siento culpable por mí misma, no hacía ninguna falta que vinieses tú a hurgar en la herida, le repliqué con bastante mala leche. No, no he venido a eso, contestó haciéndose el afligido, quería que fuésemos los dos a comprarle un regalo para estas navidades. Tú la conoces mejor que yo y seguro que a ella le haría mucha ilusión ver que nos hemos puesto de acuerdo para darle una sorpresa. Ultimamente la encuentro un poco triste.

Le miré intentando adivinar si me estaba mintiendo o realmente le preocupaba la situación anímica de mamá. No se si me alegraba por ella o me sentía decepcionada al darme cuenta de que estaba equivocaba pensando que lo que Ginés se proponía viniendo a mi casa era volver a tener sexo conmigo. Este chico es una caja de sorpresas.

Está bien, accedí, si me esperas me doy una ducha y nos vamos de compras, si es eso lo que quieres. ¿Qué otra cosa iba a querer? Fue su respuesta, pero la sonrisa que se dibujó en su rostro agitó mi respiración...


4 comentarios:

Tesa dijo...

Hola, bonita:
Te dejo aquí mis buenos deseos, de que estos días de Fiestas sean divertidos y de que el 2009 venga cargado solamente de cosas buenas.
Un abrazo,
Teresa

Anónimo dijo...

Estaba pensando en mi abuelo, dieciséis años más joven que mi abuela. Un tipo guapo que, jugando, se hacía pasar por el novio de mi madre.
He reído un montón...
La verdad es que entre lectura y lectura he ido a buscar una copita de fino. Los relatos lo merecían.

Me he puesto como seguidor, el problema es que no tengo ningún blog en blogger. Tenía uno y lo he borrado para el efecto, ya que no es mi intención confundir a mis posibles lectores.

Un fuerte abrazo.

Des dijo...

Gracias, Tesa, por tus buenos deseos que ya sabes son recíprocos. Perdona el retraso en responder, estaba fuera y no pude leerte. Voy a tu casa de dejarte un beso.
Des.

Des dijo...

Pau, envidia me da esa copita de fino.
Oye, pues lo de tu abuela no debía ser muy habitual en aquellos tiempos, ahora ya no se le da tanta importancia a esas diferencias de edad pero entonces sí, y sobre todo si era la mujer la que tenía más años que su pareja.
Aprovecho para desearte lo mejor, ahora y siempre.
Un abrazo, Pau.
Des.