Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

jueves, 18 de diciembre de 2008

Ginés, yo y otras circunstancias (Cuatro)


Me quedé inmóvil, petrificada más bien. Mamá observándome en espera de una respuesta, y el otro acariciándome suavemente el muslo, las yemas de sus dedos rozando la línea que marcaba el final, o el principio, del encaje siliconado de la liga. Esa mañana, precisamente esa mañana, se me había ocurrido ponerme falda y medias. Podía haber mascullado alguna clase de disculpa y poner tierra de por medio, o asestarle un buen puñetazo en la nariz al jodido Ginés y contarle a mi madre lo que estaba pasando, pero aún en contra de mi voluntad, me estaba excitando el muy canalla.

Está bien, mamá, respondí con mi mejor sonrisa, lo intentaré, perdona si he sido grosera. Y me acomodé en la silla dejando que los dedos invasores se deslizasen suavemente un poco más arriba, un poco, un poco más. Ginés y yo permanecimos en silencio, fingiendo escuchar el soliloquio de mi madre. Me dije, como disculpa, que de haber sido sincera con ella, probablemente no me habría creído. El amor es ciego, y casi siempre duro de mollera, así que hubiese pensado que lo hacía por despecho, por herirla y tratar de romper su relación. O quizá no le importase, como no le importó la infidelidad de papá con tía Margarita. Entonces puede que fuese por comodidad, por no poner en peligro su forma de vida, y ahora porque quizá ésta fuese su última oportunidad de sentirse joven y enamorada.

Mientras hacía conjeturas, los dedos de Ginés se aventuraban entre mis piernas y se colaban bajo el tanga, rozando mi sexo que notaba completamente húmedo. Tenía que pararle. Haciendo como que me colocaba bien la falda, aparté su mano y crucé las piernas. Noté en su rostro un atisbo de frustración, al tiempo que con el mayor disimulo acercó sus dedos a la nariz para olerlos. Ese gesto contribuyó a aumentar peligrosamente mi excitación. Seguro que Ginés no te ha contado lo popular que era entre las chicas del instituto, dije intentanto atraer la atención de mamá. Él me dirigió una mirada asesina. Cuentáselo, anda, me encanta recordar aquellos tiempos. No sabía cómo empezar, carraspeó, y con gesto compungido empezó a relatar su infeliz vida de estudiante. Pensaba que iba a mentirle, pero el muy cabrón había optado por inspirar lástima. Ahora verás, pensé, y puse mi mano justo encima de su bragueta… ¡díos! menuda erección tenía el cabrito, así que mientras me manoseaba se le había puesto dura, vaya con Ginés.

No pude evitar que por un instante, una idea se colase en mi cabeza: mira por donde mi madre iba a gozar de un buen polvo esa tarde, después de que su novio se empalmase conmigo. Una carcajada involuntaria mientras bebía un poco de vino hizo que me atragantase y acabase escupiendo el trago sobre la camisa de Ginés. No podía parar de reír, mientras mamá intentaba limpiarle y él disimulaba como podía el bulto de sus pantalones. Permítame que le ayude, dijo el camarero, que en un santiamén se había plantado a nuestro lado, y me miraba pensando quizá que me había vuelto loca. Tosía y reía al mismo tiempo, y sentía la mirada de Ginés taladrándome. Él se deshizo como pudo del camarero y se levantó por fin para ir al baño, con la chaqueta colocada de modo estratégico para ocultar su evidencia.

Cuando conseguí calmarme, reparé en mi madre que me miraba enfurruñada. Lo siento mamá, intenté disculparme, no lo hice a propósito, te lo prometo, recordé algo divertido del instituto y me entró la risa, no te enfades, es sólo una camisa manchada de vino. Ella pareció ablandarse. Voy a arreglarme un poco, dije levantándome, dejo tener la cara hecha un estropicio.

Las puertas de los lavabos de hombres y mujeres estaban frente a frente, y Ginés aguardaba ante la suya. Espera aquí, le susurré al oído. En el de las féminas había una señora que estaba retocándose los labios, abrí el grifo para lavarme las manos mientras hacía tiempo hasta que se marchase. En cuanto salió por la puerta, me asomé y le hice una seña a Ginés para que entrase.

Nos metimos a empujones en uno de los aseos y cerramos la puerta. Sentía la urgencia del deseo entre las piernas y en mi mano, bajo la tela de sus pantalones, la dureza de su sexo. Ese polvo me pertenecía, no iba a regalárselo a mi madre. Nos mordimos los labios y la boca, con una mezcla de pasión y rabia, nos desvestimos apenas, lo justo para que él dejase su pene al descubierto, lo justo para dejar libre la entrada de mi sexo. Me senté a horcajadas sobre él, le cabalgué furiosa, mirándole a los ojos, retadora. Su mano tapó mi boca en el momento exacto en que un gemido de placer subía veloz por mi garganta. Le dejé marcada la huella de mis dientes.

...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

F ue a sacudirse las hojas secas
E ntre unos muslos endomingados.
L atidos de dogal, santa virgen bendita,
I ntuye los ecos, su tumba cogiéndole.
Z ozobra la psique:
N ada más renacer a morir…
A nte la rajadura con aroma a naranja,
V agabundo del runrún,
I ntenta descifrar el mensaje
D e… ¡La nube!
A hora los ojos en el infinito.
D ios estará siempre con él, siempre.

Des dijo...

Mensaje descifrado.
Feliz Navidad para tí también, y muchas gracias por tus comentarios, me has malacostumbrado y cuando no están les echo de menos.
Mi abrazo y mis mejores deseos.
Des.