Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

martes, 20 de mayo de 2008

Señora mía (Cuarta parte)

Cuando terminé de desatar el vestido, lo cogí de los hombros con la boca para acabar de desnudarla. Me provocaba rozar su piel con mi boca y al mismo tiempo me sentía impotente al no poder acariciarla, pero eso era precisamente lo que hacía que creciese mi excitación. Una vez que conseguí que la suave tela resbalase por su cuerpo hasta caer al suelo, me tomé un respiro para contemplarla. Como ropa interior llevaba tan solo un diminuto tanga con un finísima tira que se perdía entre sus nalgas. Ella repiqueteó con el pie en las baldosas en un claro movimiento de impaciencia. Acerqué mi boca al hueco que formaba el final de su espalda y me hice con la cinta, luego poco a poco, fui bajándola hasta las caderas. Después, sin soltarla, la rodeé al tiempo que seguía deslizándola hacia abajo. Finalmente me coloqué frente a su pubis y tiré del pequeño triángulo que lo ocultaba, llevándolo con mi boca hasta los tobillos, donde esperé a que ella levantase, primero un pie y luego el otro, y acabar así de quitarle la prenda.

Túmbate ahí, al lado de la bañera, me dijo cuando entramos en el baño. Me acosté boca abajo pues seguía teniendo las manos atadas a la espalda, no sin cierta molestia debido a la notable erección de mi miembro, pero ella sin siquiera mirarme, se descalzó y pasó sobre mí como si se tratase un escalón que le facilitase su entrada en el agua. Se sumergió en ella y permaneció un rato inmóvil con los ojos cerrados. Deseaba lavar su cuerpo, enjabonarla despacio, rozar con mis dedos aquella suave piel, acariciar la curva de sus caderas, su vientre, la redondez de sus pechos, sus piernas. Ansiaba besar cada uno de sus rincones, los dedos de sus pies, uno por uno… pero ella lo sabía y ese era el juego. Escuché el chapoteo del agua cuando ella se puso en pie y esperé con impaciencia sin saber lo que vendría después. Luego, sus pies mojados, volvieron a posarse sobre mi espalda.

Levántate.

Una vez puesto en pie, me tocó suavemente los hombros para darme la vuelta y desató mis manos. Sécame, y se puso de espaldas. Cogí la toalla y empecé a pasarla por su piel mojada, desde los hombros hasta los pies, recreándome en cada una de sus curvas, demorándome en aquellos lugares de más difícil acceso. Luego me puse frente a ella, nos miramos un instante, en sus ojos se abría paso el deseo, aún cuando intentase parecer fría. Yo sabía que aquello le gustaba, que era presa de la misma excitación incontenible que yo sentía. Bajé la mirada humildemente como lo haría cualquier esclavo ante su ama. Era mi diosa en aquel juego sexual, era la mujer que yo siempre había deseado. Sin levantar los ojos sequé con suavidad sus pechos de pezones enhiestos, me entretuve en su ombligo, y me arrodillé para secar su sexo.

Me quedé así a sus pies esperando sus órdenes.
(continuará)

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