Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

viernes, 9 de octubre de 2009

De nuevo, la vida (Final)


Esta mañana, mientras nos dirigíamos a la casa, no dejaba de pensar en el extraño sueño de anoche, en el que Dolores y yo manteníamos una lucha intensa y silenciosa, intercambiando sentimientos. A ratos conseguía anteponer mis razonamientos a las sensaciones que me azotaban provocadas probablemente por ella, sin embargo fueron muchos los momentos en que consiguió meterse en mi piel y hacer míos sus pensamientos. Me desperté agotada y sudorosa, como si hubiese pasado la noche en una dura batalla, pero me pareció que mi lucha no había sido en vano y que había empezado a liberarme de su influencia. Al menos esa era mi esperanza.

Después de un baño reparador y un buen desayuno disfrutando del frescor matinal en el jardín del hotel, salimos en dirección a la casa de Paul, no sin antes dejar preparadas las maletas, ya que nuestra intención era marcharnos esa misma tarde.

Él nos estaba esperando sentado en el cenador en el que nos vimos por primera vez. Parecía tranquilo y relajado mientras observaba a Igor que estaba de pie pintando. Al vernos, Paul se levantó y se acercó a saludarnos.

– Buenos días, por su aspecto parece que se encuentra mejor, Eugenia.

– Sí, gracias, estaba un poco cansada, eso es todo.

– ¿Nos quedamos aquí sentados o prefieren que pasemos dentro?

– Aquí está bien – dice Mari Cruz mientras toma asiento en el cenador.

Igor se acerca a nosotros quitándose una vieja camiseta manchada de pintura que lleva encima de otra limpia, nos da tres besos y toma asiento al lado de Paul. Por un momento todos guardamos silencio. Siento la mirada de los dos hombres pendiente de mí, y me decido por fin a hablar.

– Paul, ¿cree que es conveniente que Igor oiga lo que tengo que decirle?

– Puede estar tranquila, ayer estuvimos hablando, ya sabe que Dolores murió en el accidente. La escucho.

– Esta bien. Tengo que confesarle que no fue el reportaje lo que me trajo hasta usted, vamos a publicarlo, por supuesto, pero eso era tan sólo una tapadera para conocerle…

– Estaba seguro de que me ocultaba algo, llamé a su revista y efectivamente me confirmaron lo del reportaje, pero no acababa de convencerme.

– Verá, vine aquí por Dolores. Se que le parecerá extraño pero fue ella la que me trajo hasta aquí.

La expresión de su rostro era de sorpresa e incredulidad.

– Paul, te dije que conocía a Dolores, me lo contó cuando vino a verme.

– No, Igor, te mentí, lo siento, no quería hacerlo. No conocí a Dolores, en realidad no sabía nada de ella hasta que…

– ¿Qué? Hable de una vez.

– Hasta que me pusieron su corazón.

– ¿Cómo? ¿qué está diciendo?

– Soy la persona que recibió el corazón de Dolores. La operación se realizó a la mañana siguiente de su muerte.

– ¿Cómo puede estar tan segura? ¿Quién se lo ha dicho? La identidad del donante es secreta, jamás se desvela la procedencia de los órganos trasplantados.

– Nadie me lo dijo, Paul. Me resulta muy difícil contarle esto, y posiblemente no pueda convencerle de que lo que digo es cierto, pero a raíz de esa operación empezaron a ocurrirme cosas muy extrañas.

– ¿Qué cosas? ¿qué le ocurrió?

– Tenía sueños en los que aparecían usted e Igor. Empecé a cantar en francés, cambió mi forma de hablar, usted mismo se dio cuenta de que lo hago como ella. Viví aquella noche de viento y lluvia, conduje su coche y sentí como caía por ese horrible precipicio. Viví una verdadera pesadilla hasta que empecé a investigar y decidí venir a verle. Tenía que descubrir que ocurrió realmente aquella noche o no podría vivir en paz. Ahora se que eso era lo que Dolores quería que hiciese y que no pararía hasta conseguirlo.

– No se qué decir, nunca he creído en esas cosas sobrenaturales y no acabo de comprender los motivos que podría tener Dolores para hacerla venir aquí.

– ¿Está seguro? ¿No tuvo nada que ver con su muerte? No quiero decir que usted mismo la despeñase, pero quizá fue el detonante de la tragedia de aquella noche.

– ¿Qué está intentando decirme? Claro que no tuve nada que ver, amaba a mi mujer, pero en los últimos años había perdido totalmente la razón, tomaba tranquilizantes y bebía, se imaginaba cosas, estaba empezando a volverme loco… usted no sabe de eso, no sabe del infierno que viví, y se atreve a venir a mi casa a acusarme de su muerte. Está loca.

– Créame que tengo motivos para dudar de usted. Encontré notas de Dolores, de su puño y letra, en las que cuenta cosas terribles sobre usted. Sabía de su… relación con Igor, y eso le hizo mucho daño. Se que se apropió de las obras de Igor haciéndolas pasar por suyas, y le confieso que ver ayer sus cuadros me sorprendió y tiró por tierra muchas de mis conclusiones. Pero esos papeles de Dolores son tajantes, en ellos cuenta como apareció aquí con Igor, lo oscuro de su procedencia, la tarde que les sorprendió en la habitación… no se si es conveniente que él siga aquí, no quisiera hacerle daño, es el único inocente de esta historia.

– Espere, espere, Eugenia ¿de qué relación habla? ¿a qué tarde se refiere?

– ¿Tengo que explicárselo?

– Sí, se lo exijo, no puedo responderle a algo que no entiendo.

– Dolores le sorprendió manteniendo relaciones sexuales con… Igor.

– ¿Qué? ¿se ha vuelto loca? ¿qué clase de persona cree que soy? Igor es mi hijo.

Ahora soy yo quien se sorprende. No estoy segura de haberle entendido bien ¿su hijo? ¿cómo que su hijo? Una inmensa rabia empieza a crecerme por dentro. Algo me empuja a gritarle que miente, que es un maldito cabrón mentiroso, que no va a convencerme. Hago un tremendo esfuerzo para controlar lo que sea que intenta manipularme. Basta, grito interiormente, basta. La voz de Paul me saca de golpe de esa especie de ensueño.

– Eugenia ¿me oye?

Mari Cruz me dirige una mirada inquieta, coge mi mano con fuerza mientras susurra a mi oído: Eugenia, estoy aquí contigo, no me asustes por Díos.

– Perdone, Paul, lo siento ¿qué decía?

– Escúcheme atentamente, por favor, le juro que no miento. Igor es mi hijo, aunque yo no lo supe hasta hace unos años. Verá, cuando empecé a estudiar Bellas Artes en contra de los deseos de mi padre, tuve que irme de casa, y me refugié en la de una hermana de mi madre, soltera, que vivía en una vieja casona cerca de Paris. En el último año de carrera conocí a Estela, era una chica preciosa, de padre español y madre rusa, que vino a París tras serle concedida una beca por un año. Nos enamoramos, y pronto se vino a vivir conmigo y con mi tía. Fueron unos meses maravillosos en los que por primera vez en mi vida me sentía completamente feliz. Cuando terminó el curso ella volvió a Rusia, no sin antes prometernos que nos escribiríamos y que volvería tan pronto lograse convencer a sus padres y ahorrar algo de dinero. Entonces yo tampoco estaba en posición de ayudarla económicamente pues tenía que desempeñar trabajos de todo tipo para costear mis estudios. Durante unos meses la correspondencia entre nosotros fue fluida, hasta que un buen día dejé de recibir sus cartas. Yo seguí todavía escribiéndole pero sin obtener respuesta. Pasó el tiempo y pronto empezó a despuntar mi carrera. Trabajé mucho y muy duro dedicándome de lleno a mi trabajo. Después llegó Dolores. No niego que de vez en cuando me acordaba de Estela y de aquellos años en París, pero amaba a mi esposa y era muy feliz con ella.

Una noche en que Dolores y yo acudíamos a una cena de etiqueta, estábamos ya en el coche cuando ella me pidió que subiese a su habitación en busca de un abrigo pues parecía que iba a hacer algo de frío. En un rincón del armario, en el suelo, encontré un sobre doblado, que seguramente habría caído del bolsillo de alguno de sus abrigos. Me pudo la curiosidad y decidí mirar a quien iba dirigido. El corazón me dio un vuelco cuando descubrí la letra de Estela. El matasellos estaba fechado un año antes, aproximadamente y la dirección a la que se había remitido era la de la vieja casona de mi tía, que recibí en herencia al morir ella y a la que hacía años que no iba. Recordé entonces que la última que había pasado por allí había sido Dolores para recoger un antiguo jarrón que ahora adornaba su habitación. Del interior del sobre extraje una carta.

En ella, Estela me pedía perdón por no haber cumplido su promesa, obligada por circunstancias adversas tanto familiares como políticas. Me hacía saber de la existencia de Igor, fruto de nuestra relación, y después de informarme sobre la enfermedad que padecía y cuyo fatal desenlace no se iba a hacer esperar, me imploraba fervientemente que me hiciese cargo de nuestro hijo, aquejado de una enfermedad mental que no le impedía sin embargo el que pudiera destacar como pintor. Era una carta extensa llena de intimidades, de alusiones, recuerdos. Una carta que revelaba un intenso amor por su hijo y la enorme preocupación que sentía por su futuro, una vez ella no estuviese para ocuparse de él.

Observé a Igor, cuyos ojos estaban anegados en lágrimas. Y otra vez parecía despertarse la fiera que me revolvía las tripas y cuya voz, llena de rabia, resonaba en mi cabeza: “¡Mentiroso! No tienes derecho, no puedes hacerme eso. No puedes tener un hijo. No quiero. ¡Cerdo! Querías follar con él. Me prefirió a mí, a mí, a mí…” ¡Basta!

– Continúe, Paul, por favor.

– Aquella noche, cuando volvimos a casa, le pregunté a Dolores por la carta. Fue la primera gran pelea que tuvimos en todos los años que llevábamos casados. Parecía que se había vuelto loca. Intenté tranquilizarla, ella sabía de mi relación con Estela, yo mismo se lo había contado, era un amor de juventud, mi primer amor, pero ahora era a ella a quien amaba. Pero no era lo de Estela lo que la exaltaba de esa forma, era el hecho de que yo tuviese un hijo. Ese siempre había sido su sueño, nuestro sueño, y no habíamos podido conseguirlo. Creo que en su interior pensaba que era yo el culpable de esa imposibilidad para engendrar un hijo, a pesar de que las pruebas a las que nos habíamos sometido no encontraban anomalías en ninguno de los dos. Quizá todo se debía a que no éramos compatibles. Durante un tiempo insistí para que adoptásemos, si tanto necesitaba un hijo, pero se negó, quería que fuese nuestro. Y como eso parecía que no podía realizarse, prefería no tenerlo. Cuando le dije que iba a Rusia para intentar averiguar lo que había sido de ella y de mi hijo, intentó suicidarse. Afortunadamente llegué a tiempo de impedirlo y la llevé al hospital donde le hicieron un lavado de estómago. Se había tomado un frasco entero de tranquilizantes. Pero no desistí de mi decisión, la dejé al cuidado de Eloïse que no se movió de su lado mientras estuve fuera, y regresé trayendo a Igor conmigo. Por desgracia, Estela había fallecido unos meses antes, y el muchacho deambulaba por las calles vendiendo sus cuadros a cambio de comida. Vivía aún en un pequeño piso que su madre tenía alquilado, y que había dejado pagado durante un año.

– ¿Qué pasó a su regreso?

– Al principio volvió a sufrir una fuerte crisis, pero luego pareció que por fin lo aceptaba y pasamos un tiempo tranquilos. Es muy difícil, casi imposible, no querer a Igor, es como un niño, un niño necesitado de cariño. Aquí se siente protegido.

– ¿Por qué firmó sus cuadros?

– ¿Por qué? Eso es de lo único que me arrepiento. Fue idea de Dolores, jamás debí aceptar, no se cómo me convenció. Cuando me di cuenta de que Igor tenía mucho talento, me sentí dichoso y muy orgulloso de él, quería darle a conocer al mundo, que todos supieran que era mi hijo. Ella no quiso ni oír hablar de eso, me amenazó con marcharse para siempre o matarse, le daba lo mismo, me recordó de una forma cruel la mala etapa profesional por la que estaba pasando. No, no se cómo lo hizo, era muy persuasiva cuando se lo proponía. No intento disculparme, debí negarme tajantemente, pero una vez firmé el primer cuadro ya no había marcha atrás.

– ¿Qué me dice del internamiento de Igor? ¿Por qué le llevó a esa clínica?

– Lo hice para protegerle.

– ¿A Igor? ¿de quién?

– De ella, intentó matarle.

– No puedo creerle, no haría algo así. Le quería, lo pone en sus notas.

– No se lo que cuenta en esas notas, ni se por qué las escribió. Sólo se me ocurre pensar que lo hizo pensando en culpabilizarme de lo que planeaba, o que su misma locura le hacía creer lo que ella misma inventaba.

– Cuénteme qué pasó.

– Espere, será mejor que vea lo que tengo que enseñarle. Pasemos a mi despacho, por favor. Igor ¿te importa esperarnos aquí?

El muchacho hizo un gesto de asentimiento, se levantó y se acercó al lienzo en el que estaba trabajando cuando llegamos. Mari Cruz y yo seguimos a Paul al interior de la casa. Una vez en su despacho y después de acomodarnos en sendas butacas, abrió un pequeño cajón de su escritorio cerrado con llave, extrajo una cinta de video y la insertó en el reproductor. Encendió la televisión que ocupaba un hueco de la estantería y se sentó en el sillón. En la película se veía a Dolores sentada en una silla posando para el cuadro que Igor estaba pintando. Al cabo de unos diez minutos ella se levantaba y se acercaba lentamente a él con una clara actitud provocadora. Sin mediar palabra dejaba caer al suelo el sencillo vestido marrón que la cubría, quedándose completamente desnuda. A Igor se le veía visiblemente nervioso y asustado.

– ¿Te gustó? ¿Has estado con una mujer alguna vez?

Él reculaba y bajaba la mirada.

– Ven aquí, mírame. Deja de comportarte como un estúpido, quieres follarme ¿a qué sí? Si haces lo que te digo, nadie se va a enterar, nadie, nadie, te lo prometo. Pero si no me obedeces, si no lo haces – y su voz iba adquiriendo un tono amenazante – le contaré a Paul que has intentado violarme, y te echará de aquí a patadas… hum…. Pobrecito ¿qué harías tú solo y abandonado? ¿eh? ¿dime? Acabarías con tus huesos en un manicomio y eres tan guapo que todos los locos babosos acabarían dándote por el culo. ¡Deja de llorar! Me pones enferma. Vamos, vamos, no llores, yo te quiero, te quiero mucho y esto te va a gustar, ya lo verás tontín.

Mientras hablaba había empezado a desnudarle. La mirada de Igor dolía, era la de un niño implorante y temeroso, la hermosura de su cuerpo dejaba sin respiración.

Dolores se había agachado para bajarle los pantalones y miraba con lascivia el bulto que se marcaba bajo su ropa interior. Cuando acabó de desnudarle se arrodilló ante él y empezó a manosearle.

– Seguro que te tocas cuando estás solo. ¿Has follado alguna vez? ¡contesta!

Igor asintió en silencio.

– Yo te enseñaré a gozar con una mujer de verdad. Te gustará, sí, me desearás, me querrás con todo tu alma, más que a él, me querrás sólo a mí, sólo a mí.

Durante más de media hora la película mostraba a Dolores en plena lujuria sexual. Igor obedecía sus instrucciones sin rechistar, pero saltaba a la vista que aunque físicamente respondía a la excitación, no disfrutaba de aquella situación que para él resultaba perturbadora.

Después Dolores desaparecía de la escena y volvía al poco tiempo portando dos copas de vino, una de las cuales se la ofreció a Igor que la bebió bajo su atenta mirada. La película se cortaba en ese instante. Al momento se reanudaba con Igor dormido sobre la cama. Luego el rostro de Dolores ocupaba la pantalla. Su sonrisa me heló la sangre. Se acercaba hasta el cuerpo del muchacho, volviéndose de vez en cuando hacía la cámara en un gesto que parecía decir “no te pierdas esto”. Entendí lo que pretendía cuando vi el cuchillo que portaba en la mano derecha. Creo que grité y me tapé la cara con las manos, cuando miré de nuevo, dos manchas rojas empezaban a extenderse a ambos lados de las muñecas de Igor.

– ¿Le cortó las venas?

Paul se había quedado callado y esperé su respuesta durante unos minutos que se me hicieron eternos.

– Cuando volví a casa, me estaba esperando. Aparecía radiante, bellísima, hacía tiempo que no la encontraba tan guapa. Pregunté por Igor y me contestó que dormía. Sentémonos a cenar, me dijo, te he preparado tu plato favorito. Tengo que darme una ducha, me disculpé, vuelvo enseguida. No se qué fue lo que me hizo entreabrir la puerta de su habitación, pero de no ser así ahora estaría muerto. Llamé a una ambulancia y me fui con él al hospital. Pensé que había intentado suicidarse y no podía entender qué motivos tenía para hacerlo. Cuando recobró el conocimiento se negó a contestar a mis preguntas, no pude sacarle ni una sola palabra. No hacía falta, al volver a casa pasados dos o tres días, Dolores me enseñó la película, tranquilamente, con una frialdad que daba miedo. ¿Se imagina, Eugenia, lo que sentí viendo a mi mujer, a la mujer que amaba, obligando a mi hijo, un retrasado mental, a mantener relaciones sexuales con ella? ¿Se lo imagina? Aún siento el dolor que me produjo la visión del cuchillo penetrando en la carne. Afortunadamente los cortes no fueron demasiado profundos, eso quizá le hubiese impedido volver a pintar. Fue entonces cuando decidí llevarme a Igor a la clínica, en secreto. Lo más importante era ponerle a salvo, luego me encargaría de llevar a Dolores a algún sitio donde, tal vez, pudiesen curarla.

Se levantó del sillón y salió del despacho. Mari Cruz y yo le seguimos en silencio. Igor volvió a sentarse con nosotros en el cenador y no pude evitar mirar sus muñecas. Allí estaban las cicatrices, era cierto.

– Lo supo, de algún modo se enteró. Iba a ir a buscarle y no pararía hasta acabar con él. Aquella noche salió en su busca, cegada por la rabia, borracha. Fui corriendo tras ella, quería que volviese a casa, quería que se curase, que volviésemos a ser felices como antes. Cogí el coche y la seguí, me coloqué a su lado gritándole que parase, ella se acercaba peligrosamente intentando empujarme y volvía a su sitio bordeando el precipicio. Una de las veces perdió el control del coche y… ya conoce el resto.

No se qué fue más rápido, si sentir en mi interior que lo que me había contado Paul era cierto, o el rugido ensordecedor que me hizo llevar las manos a los oídos. De pronto todo se oscureció, nubes amenazadoras cubrieron el cielo y del centro del jardín emergió una especie de torbellino que empezó a arrancar las rosas a su paso. En un momento cientos de pétalos volaban alocados. Me dolía el corazón como si me estuviesen clavando agujas, notaba tal presión que parecía que me iba a explotar en el pecho. Iba a morir, a morir sin remedio. Las rosas destrozadas apestaban y me envolvían impidiéndome respirar. Grité, grité con todas mis fuerzas ¡Vete! ¡márchate! No te creo, no te creo, mentirosa ¡vete! ¡te odio! ¡odio tu asqueroso corazón! ¡vete al infierno y llévatelo contigo!

Mari Cruz me abrazaba cuando recuperé la conciencia, tenía el rostro pálido bañado en lágrimas. El cielo presentaba el mismo aspecto azulado y las rosas seguían luciendo espléndidas en el jardín. Pero yo no era la misma, o sí, en realidad ahora empezaba a ser yo, y aquél corazón que sentía latir en mi pecho, al fin me pertenecía por completo.


A quienes hayáis seguido esta historia... gracias por vuestra paciencia.

Buen fin de semana.


1 comentario:

vikingprincess dijo...

sencillamente "MAGNIFICO", GRACIAS por deleitarnos con este agridule , pero maravilloso relato..........no dejes nunca de escribir