Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

lunes, 12 de octubre de 2009

Apariencias



– Me marcho.


Miraba al techo o a las volutas de humo que despedían los cigarrillos post-coito que fumábamos, tumbados sobre la cama de su habitación juvenil, apurando el poco tiempo de que disponíamos antes de que llegasen sus padres.


– Me marcho.


Recordé la cantinela de mi madre: “si quieres conquistar a un hombre nunca demuestres que te interesa, aparenta indiferencia, que no piense que te tiene en el bote, no se lo pongas fácil”. Y ahogué en saliva las palabras que tenía prendidas en la punta de la lengua, una tras otra, en fila india.


Cuando quise arrepentirme ya era tarde. Nos vestimos con prisa antes de que nos pillasen infragantis. Pensé que no lo haría, que lo pensaría mejor, y si persistía en esa idea no tomaría una decisión sin decírmelo otra vez. Me equivoqué. Partió sin darme otra oportunidad. Y no le culpo, aunque entonces cayeron sobre él mil maldiciones.


Y luego, se me fue la vida en apariencias. Aparenté indiferencia, y algo más tarde: amor, felicidad, orgasmos, aparenté normalidad, ignorancia, inocencia… y lo hice de forma tan perfecta que hasta yo misma llegué a creer que no eran apariencias.


Ha vuelto.


Hoy, de camino a casa, le vi en el parque. Llevaba de la mano a una pequeña que le llamaba abuelo. Apenas me miró pendiente como iba de la niña. En un momento me volvieron a subir por la garganta las palabras que yo creía ahogadas: y yo contigo, no importa donde vayas.


Nos cruzamos por el estrecho sendero que pasa junto al árbol, donde aún permanecen grabados nuestros nombres, dentro de un corazón con un flecha torcida traspasándolo. Viéndole venir pensé en pararme, que me alegro de verte, ¿no te acuerdas de mi? ¿y cómo estamos?, qué sorpresa, no esperaba encontrarte, y esta niña tan guapa ¿es tu nieta?...


Y al pasar por su lado aparenté tan sólo una fría indiferencia.

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