Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

jueves, 22 de octubre de 2009

¿Diga?


Todos los días lo mismo. A las doce y diecisiete minutos suena el teléfono. Ya lleva un mes así sin faltar una sola noche. Ella ya no sabe si se siente molesta, irritada, acosada o ha empezado a gustarle. A las doce en punto se sienta en el sillón y mira fijamente el aparato. Cada minuto que pasa se le va acelerando el corazón y le palpita el sexo. Al principio pensó en denunciarle, ahora ni se le pasa por la cabeza. Su vida ha empezado a girar alrededor de esas llamadas, la aterroriza pensar que alguien pueda llamarla un minuto antes y él se encuentre el teléfono ocupado, ya no sale de noche, y si lo hace siempre está de vuelta antes de las doce, como la cenicienta. Ni se te ocurra irte de vacaciones, le dijo hace dos días, si una noche no contestas al teléfono, jamás te volveré a llamar. Y esa es la peor amenaza, la más terrible. Porque está enganchada a su voz, a la forma en que la obliga a tocarse, a la autoridad con que le ordena meterse cosas o pellizcarse, al tono aterciopelado con que la insta a decirle lo que siente, a que gima y grite cuando llega al orgasmo. Si la insultase o le dijese que iba a matarla o a hacerle mil porquerías, le mandaría a tomar por el culo, además de ir a la policía y no volver a coger el teléfono. Pero él sabe cómo excitarla, está atrapada. ¿Qué haré si algún día se cansa de mí, si ya no le divierto? No quiere ni pensar en ello. Intenta convencerse de que él también necesita esas llamadas. No, no quiere conocerle, sólo que siga llamando cada noche. Las doce y diecisiete. Suena el teléfono. Descuelga y conecta el manos libres. Le cosquillea el sexo ¿Diga?.

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