Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

viernes, 23 de octubre de 2009

Bricolaje



Si hay algo que me provoque una cochina y malsana envidia hacia mis congéneres femeninas, es que tengan en casa a un manitas. Sí, un manitas, ese tipo de hombre que igual te arregla un roto que un descosido: el grifo que gotea, la lámpara que no funciona, la cortina que se cae, una puerta que chirría, y una serie indeterminada de pequeñas averías que van surgiendo en el hogar, debido sobre todo al uso y al paso del tiempo, ese tiempo que, como en las personas, hace verdaderos estragos en las casas.

Ya se que muchas mujeres defenderán el que somos tan autosuficientes que no necesitamos de nadie que venga a arreglarnos los estropicios, que podemos hacerlo igual de bien que ellos. Lo se, entre otras cosas porque no me queda otro remedio. Pero digo yo, que para una cosa que histórica y tradicionalmente les corresponde hacer a los varones ¿también vamos a cargar nosotras con esa responsabilidad? Me niego. O al menos tengo derecho al pataleo. El caso es que si estuviese en el trance de decidir el comenzar a convivir con alguien, en mi caso alguien del sexo opuesto, le haría antes pasar un prueba de aptitud al bricolaje.

Ante la aptitud de negación del hombre de la casa a efectuar los trabajos de reparación necesarios, no nos queda otra alternativa que hacerlo nosotras o encargar la faena a un profesional del ramo, a cambio, claro está, de que te cueste un riñón y parte del otro. Y eso ahora que estamos en crisis, que hace unos años te ponían en lista de espera como si tuviesen que operarte de una hernia. Me jode pagar por estas cosas, sobre todo si pienso que esa pasta me iría al pelo para: ir a la peluquería (nunca mejor dicho), comprarme unos zapatos, darme un homenaje en un spa, o surtir al enano de pantalones, que no para de crecer el muy cabrito.

También podemos hacer como la del chiste.

– Cariño, tienes que cambiar el grifo de la cocina que gotea.

El hombre, que acaba de llegar del trabajo y va directo al sofá con su bote de cerveza en la mano, le dice muy serio:

– ¿Tengo yo cara de fontanero?

A los pocos días, cuando llega a casa se cruza en la puerta con un hombre ataviado con un mono azul.

– ¿Quién era ese? – le pregunta a la mujer.

– El vecino de arriba que ha venido a cambiar el grifo.

– ¿Si? ¿Cuánto te ha cobrado?

– Me ha dicho que podía hacerle un pastel o acostarme con él.

– ¿De qué le has hecho el pastel?

– ¿Tengo yo cara de pastelera?

Donde las dan las toman. Desgraciadamente también tengo un grifo que gotea y lo que es peor, no tengo un vecino de buen ver para que venga a arreglarlo.

Ante tan desesperada situación, ni corta ni perezosa, decidí ir a Leroy Merlín, en busca del dichoso grifo, y de paso a por unas bisagras para cambiar las de los armarios de la cocina, que se caen a trozos, y algo para arreglar los cajones que también se caen.

Esos sitios me hacen sentir una ignorante. ¿Cómo pueden existir tantas clases de clavos? ¿Y tornillos, tuercas, llaves, perfiles, ruedas, bisagras? ¡Qué se yo! Para un amante del bricolaje aquello debe ser el mismísimo paraíso, pero para una neófita como yo, es un laberinto. Y para más INRI, ves a todo el mundo con su libreta de notas, su bolígrafo, y el metro. ¡Claro, estúpida! Me dije dándome una palmada en plena frente ¿cómo puedes olvidarte de traer el metro? Y ahora ¿cómo se yo el diámetro que tiene que tener el agujero donde pongo la bisagra? y si la puerta tiene que abrir 90º, y si va sobre el armario o al lado o dentro... para volverse loca.

Al final, pillé el primer grifo que me pareció que podía servir, las bisagras que más se parecían a las viejas, para puertas que van sobre el armario y abren 90º, menos mal que recordaba eso. Me hice con un maletín precioso con más de 40 clases de clavos, tornillas, tuercas, arandelas, enganches, alcayatas, de todos los tamaños y formas… una gozada. Y una masilla para tapar los agujeros.

Ahora me falta ponerme manos a la obra: ligar a un manitas que me ponga, aunque sea un poquito.

2 comentarios:

Tania Alegria dijo...

Qué maravilla! No me quedo alabando porque tengo que ir a leer más, que hacía algún tiempo no pasaba por acá.

Des dijo...

Abrazos, morena... y besos. Siempre me alegra tenerte aquí.