Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

martes, 11 de noviembre de 2008

El último refugio (XXIV)

Estoy bien así, con la nariz pegada a su cuello, dejándome inundar por el suave aroma de su piel. Casi sin darme cuenta mis dedos se deslizan por su pecho jugando con el escaso vello que lo cubre, dibujan pequeños círculos que poco a poco van agrandando su contorno hasta rozar suavemente sus pezones, Mario se remueve inquieto y me doy cuenta de que ha empezado a excitarse. Me separo un poco de él y le miro, leo el deseo asomando a sus ojos. Lentamente acerco mis labios a los suyos y como si ese contacto fuese el pistoletazo de salida, nuestros cuerpos se lanzan en frenética carrera, desbocados. Las bocas se muerden, las lenguas se entrelazan, se mezclan las salivas. Con un rápido movimiento me siento sobre él con las piernas abiertas apretando mi sexo contra el suyo que palpita aprisionado bajo la tela del pantalón. Le quito la camisa mientras él hace lo mismo con la chaqueta de mi pijama. Siento entonces su boca lamiendo y succionando mis pezones y gimo de placer, sus labios queman. Mientras él sigue amasando mis pechos, desabrocho la bragueta de su pantalón y libro de la opresión, su pene erecto. Bajo mis pantalones hasta los tobillos y me siento sobre él, dejando que resbale hasta lo más profundo de mi sexo. No dejamos de mirarnos fijamente mientras nuestros cuerpos se mueven con ritmo acompasado que poco a poco se acelera hasta volverse frenético. Luego, cuando el placer nos inunda con tal fuerza que durante un instante pareces perder la noción de la realidad, volvemos a unir nuestras bocas con un beso húmedo y profundo, casi eterno.

Me despierto sobresaltada y por un momento, no se bien dónde estoy. Miro a mi alrededor y empiezo a ubicarme poco a poco. Reparo en la manta que me cubre y en un instante vuelve el recuerdo de lo que pasó hace… ¿qué hora es?, pienso. Me desprendo de la manta y me fijo en la pantalla del ordenador, son las dos de la mañana y en mi casa parece que todo está tranquilo, pero ¿dónde está Mario?. Me acerco a la mesa y me doy cuenta que sobre ella hay un folio con algo escrito: “Tengo que salir, he recibido un aviso urgente, parece ser que algún cazador furtivo hirió una hembra de oso, voy con una patrulla para localizarla y ver qué podemos hacer. Volveré lo antes posible”.

Voy a la cocina a por un vaso de agua mientras no dejo de darle vueltas a lo que ha pasado, precisamente ahora lo que menos falta me hace es un enredo sentimental. Pero no, no ha sido nada de eso, no es más que un impulso sexual, los dos estamos tensos y nerviosos, han sido demasiadas emociones en poco tiempo, y necesitábamos simplemente deshacernos de tanta tensión, sí estoy segura, respondo en voz alta a una pregunta no formulada, es sólo un simple calentón, nada más que eso.

Me meto en la ducha. No ha sido un sueño, aún siento en mis pechos el calor de su boca y la humedad de su lengua lamiéndolos. No quiero dejarme llevar de nuevo por esos pensamientos, me enjabono con firmeza y permanezo un rato debajo del agua hasta que consigo relajarme. Sin saber muy bien por qué desecho el pijama y me visto con unos pantalones y un jersey fino de lana, y me calzo unas ligeras zapatillas de deporte.

No acostumbro a fumar pero enciendo un cigarrillo de un paquete olvidado en un cajón de la mesa de la cocina y vuelvo al salón. Miro fijamente la pantalla del ordenador, todo parece tranquilo allá abajo. Paseo ojeando los libros que Mario tiene desordenados por las estanterías, casi todos son sobre animales, alguna novela, un gran tomo trata en su totalidad sobre el continente africano… de pronto, me parece escuchar un suave relincho.Instintivamente vuelvo la mirada a la pantalla, no se si ese ruido ha venido de allí o de la cuadra donde duerme el caballo de Mario. Mi respiración empieza a acelerarse, una extraña congoja se me ha instalado en la boca del estómago. Intento escudriñar la imagen que me muestra el ordenador y no se si es mi imaginación, pero creo distinguir durante una décima de segundo un ligero destello en el interior de la casa, una luz muy suave como de una pequeña linterna o la fina línea de claridad que se cuela bajo la puerta de una habitación con la luz encendida.

En un impulso incontrolable salgo fuera, no se qué hacer y Mario que no llega. No ha sonado la alarma y no encuentro motivo suficiente para avisar a Ignacio, seguramente son imaginaciones mías pero, esta opresión en el pecho, este hormigueo, esta extraña sensación… Miro hacia el cielo en donde una gran luna brilla con todo su esplendor, y sin pensarlo más echo a andar por el pequeño sendero que lleva a mi casa…
(continuará)

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