Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

lunes, 4 de abril de 2011

Política y más



El jueves por la noche acudí a un acto político. Ni se (ni quiero contarlos) los años que han pasado desde la última vez que lo hice. Pero éste era algo especial, al que debía y quería asistir: una de mis mejores amigas, a la que conozco desde hace más de 30 años, presentaba su candidatura como cabeza de lista para las elecciones municipales de su localidad, por el PSOE. El partido era lo de menos, lo que pretendía con mi presencia era darle todo mi apoyo a la nueva tarea que se propone emprender, infundirle ánimo y confianza.

Mi amiga es una mujer honesta y honrada a carta cabal, seria, responsable en su trabajo, eficiente, vital, intachable. Goza de la confianza de sus vecinos y conocidos. Posee un carácter afable, y resulta francamente difícil “sacarle de sus casillas”. Sabe escuchar a los demás pero sin dejarse ningunear. Tienes muchas posibilidades para convertirse en Alcaldesa de su pueblo, y estoy segura de que en ese caso, puede desarrollar una muy buena gestión, si le dejan. Eso es lo que quise transmitirle acompañándola en ese acto tan importante para ella.

Estaba muy guapa, pero no con esa belleza fruto de un buen maquillaje (que también), si no con la que nace en el interior y se refleja en el rostro, haciendo que la piel aparezca tersa y brillante y los ojos se llenen de una luz que ilumina todo a su alrededor. Noté que estaba ilusionada y feliz, que cree firmemente en que puede mejorar la gestión municipal en su pueblo, que guarda la incertidumbre de esta nueva etapa de su vida, escondida en algún profundo rincón de su mente.

Su intervención fue sencilla, un corto discurso sereno, carente de exaltaciones al partido ni virulentos mensajes en contra de la oposición. Habló de sus proyectos, de su firme propósito de escuchar a sus convecinos, de transparencia, de honradez…

Cuando terminó su discurso nada me retenía allí, pero me quedé sentada hasta que aquello terminase. Habría tenido más que suficiente con la intervención del secretario del partido en el municipio, casi un mitin repleto de críticas a la oposición, salpicado con frases agresivas que para nada se correspondían con el acto que se estaba celebrando. Después le tocó el turno a la alcaldesa de otro municipio, y candidata en las listas del partido para las autonómicas. A la mujer se le notaba que tenía algunas tablas, salpicó su discurso de algunos toques de humor, alabó la gestión (a todos los niveles) de su partido en la oposición, y por supuesto criticó al gobierno actual de la Generalitat. Pero sobre todo, no olvidó apoyar a la verdadera protagonista de la noche, sabía a lo que había venido.  

No dejará de sorprenderme la facilidad que tienen los políticos para medir con distinto rasero las acciones de sus representantes y las de sus oponentes. Es increíble. No sé si de verdad creen en lo que dicen o su cinismo no tiene límite. Perdí la cuenta de las veces que escuché aquello de: amigos y amigas, vecinos y vecinas, valencianos y valencianas, nuestros diputados y diputadas, ministros y ministras… ya pensaba que dirían “votantos y votantas”, pero no, que “votantes” es del género neutro. Así que una intervención que podría durar 10 minutos se convierten en 20 por obra y gracia de la igualdad de sexos. Y es que de verdad creen que así demuestran que la tan cacareada igualdad es un hecho cierto… ¡chorradas!

¿Algún partido de los grandes ha nombrado en sus discursos, en sus proyectos, el equiparar algún día las pensiones de viudedad? Eso sería un gran paso hacia la igualdad.

Mi padre empezó a trabajar siendo apenas un crío en las minas asturianas, se casó joven y decidió, con su mujer, venir a Valencia. Aquí encontró trabajo en la metalurgia y se quedó en la misma empresa hasta que cerró en una de tantas crisis de la construcción. Tenía 58 años. Mientras él trabajaba para traer el sustento a casa, mi madre hacía milagros para que siempre hubiese un plato de caliente en la mesa, cuidar de su marido y sus tres hijas, ahorrar para poder pagar la hipoteca de un piso que tanto sacrificio les costó comprar, que nosotras estudiásemos en el único colegio privado de mi pueblo y que jamás nos sintiésemos inferiores a nuestros compañeros de clase. Los sábados se levantaba a las seis de la mañana para ir al mercado central de Valencia, venía cargada con la compra para toda la semana, sabiendo que en esos viajes ahorraba unos cuantos duros. Confeccionaba la ropa de toda la familia, tejía nuestros jerséis y chaquetas, nos cortaba el pelo… y cientos y cientos de tareas que no se pagan con dinero, no cotizan a la seguridad social, ni por lo que parece hace grande un país.

A los sesenta, mi padre pudo jubilarse con el cien por cien de su pensión, gracias a los años como minero. No era una gran pensión, pero sí lo suficiente para vivir él y mi madre cómodamente, disfrutando de algún viaje de vacaciones cada año, y sin pasar estrecheces. Poco le duró el disfrute, fallecía cuando acababa de cumplir los sesenta y cinco. Y a mi madre le cambió la vida.

A la pena de haber perdido a su compañero de toda la vida, se sumó la preocupación por la situación económica en la que, de pronto, se vio inmersa, ya que la pensión se redujo a casi a la mitad y en este caso, pasó a cobrar la mínima establecida,  y la rabia y la impotencia ante la injusticia que esto supone. Es como si a una le dijeran que como el hombre que la mantuvo durante toda su vida ha fallecido, ella sólo merece esa especie de limosna que el estado tiene a bien otorgarle, como si todos los años dedicados a su hogar, a su familia, a nadie le importasen. Supongo que una llega a sentirse un ciudadano de segunda, una simple comparsa del hombre con el que ha compartido penas y alegrías durante tantos años. Un hombre que de ser el viudo,  disfrutaría de su pensión completa.

Seguro que como mi madre, miles de mujeres en España han pasado y pasarán por la misma situación, sobre todo las madres de mi generación que se dedicaron en exclusiva al cuidado de los suyos y a que a día de hoy siguen haciendo milagros para que la exigua paga les llegue a final de mes. Menos mal que ya están acostumbradas.

Mientras estas situaciones, y algunas otras, no sufran ninguna alteración, no me hablen de igualdad, señores y señoras políticos y políticas, no es que me llamen ciudadana o ciudadano lo que me quita el sueño, a ver si se enteran de una puta vez.

3 comentarios:

ESTELA dijo...

jolin hija, me has echo saltar las lágrimas con lo de tu padre....juanjo dice que le pase el enlace y luego lo leerá, que ahora no tiene ganas de llorar....jeje....

Anónimo dijo...

La culpa es de Aznar, Bush y el Prestige.

Des dijo...

Eres muy sentimental, Estelita. Un beso, guapa.

De eso se trata, amigo Anónimo, de echar la pelota en el tejado del vecino. Y mientras, tenemos una ley anticuada, obsoleta y denigrante para la mujer, una ministra de igualdad que no sirve para nada más que para crear discrepancias con leyes claramente discriminatorias que no benefician a nadie, más bien perjudican precisamente a quien pretenden proteger... y así nos va.