Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

martes, 24 de agosto de 2010

En busca del hombre perdido (Final)



– Bueno, Mari Puri, de vuelta a casa. Si te soy sincera ya tenía ganas.

– Y yo, Pepi, no es para tanto el Caribe, igual hubiésemos ligado más en Benidorm, está claro que nuestra media naranja no está en la otra parte del mundo.

– Y si está no nos hemos tropezado con ella. Pero, chica, lo hemos pasado bien ¿o no?

– Sí, tomamos el sol como lagartas, nos bañamos en aguas cristalinas y hemos disfrutado de un hotel de lujo, no, no ha estado mal.

El avión que nos lleva de regreso está a punto de despegar y no puedo evitar cierto cosquilleo en el estómago, esto de volar no es para mi. Ciertamente, tiene razón Mari Puri, lo del ligoteo no es para tanto. Sí, había guapos mulatos dispuestos a hacerte compañía y nosotras la aceptamos gustosamente uno o dos días, pero la verdad, acostarse con un tío, así en frío, no acaba de gustarme. Y no es que le haga ascos a un buen polvo a bote pronto, pero no es lo mismo. Tiene que haber ese chispazo, esa atracción que no te explicas y que es imposible contener. Estos chicos eran cariñoso y amables, pero se les veía el plumero. Era todo muy forzado y me dejaba con una sensación de vacío y lástima de mi misma.

Los clientes del hotel eran en su mayoría parejas de recién casados en su luna de miel, y algún que otro grupillo de hombres que se veía a la legua a lo que iban y aparecían cada noche acompañados de una mujer distinta. Pedazos de mujeres. Hubo un francés que nos hacía tilín a Mari Puri y a mi. Se acercó una noche a nosotras cuando estábamos en la terraza del hotel tomando una copa. Mostraba por las dos la misma admiración y a ambas nos obsequiaba con su sonrisa. Mari Puri y yo hicimos un pacto de no agresión, a las dos nos gustaba, así que veríamos por cuál se decidía el hombre. Pero pasaban los días y no notabas ninguna diferencia en el trato, hasta que saltó la liebre. Una noche que había bebido un poco más de la cuenta confesó que se moría por hacer un “ménage a trois”, el muy cabrito. Y no, eso no entraba en nuestros cálculos, así que lo mandamos a tomar por el saco y decidimos que ya estaba bien, en los días siguientes nos dedicaríamos a disfrutar del fabuloso paisaje y la tranquilidad de sus playas.

– ¿Sabes una cosa, Pepi?

– ¿Qué?

– Que estos últimos días lo pasé genial y no eché de menos la compañía masculina. No se porqué estamos emperradas en buscar pareja. No es ningún drama vivir sola ¿no?

– No, Mari Puri, no es ningún drama. Prometo, de hoy en adelante, no perder ni un solo minuto de mi tiempo buscando a mi hombre perdido.

– Y yo, prometido.

El viaje se me ha hecho largo y pesado, seguramente por las ganas que tengo de estar de nuevo en casa. No aparecen mis maletas y por tercera vez nos avisan de que el autobús que ha puesto la agencia de viajes para trasladarnos desde el aeropuerto hasta el centro de Madrid está a punto de salir, sólo faltamos nosotras. Estoy de los nervios. Pregunto por mi equipaje y nadie parece saber lo que ocurre. Pasan quince largos minutos y por fin veo aparecer mi maleta azul. Por fin.

Salimos a todo correr rogando que no nos hayan dejado tiradas, aunque en el peor de los casos siempre podemos coger un taxi. Son las cuatro de la mañana, estoy agotada y de muy mala leche. Malditos tacones, no se porqué no me puse unas deportivas. Claro que no sabía que iba a tener que correr la maratón. El autobús sigue allí, esperándonos. Llegamos sin aliento y tengo la impresión de que el hígado y alguna que otra víscera me van a salir por la boca de un momento a otro. Mari Puri ya metió su maleta en el portaequipajes y cuando voy a hacer lo propio con la mía ¡boom! la cerradura sale disparada y todo el contenido se desparrama por el suelo.

¡Me cago en la puta maleta! ¿Qué coño han hecho esos inútiles? Cabronazos de mierda. Si no tratasen el equipaje a golpes, voy a poner ahora mismo una reclamación que se van a cagar. Blasfemo como un carretero a voz en grito.

– Tranquilícese, señorita, no pasa nada. Déjeme que la ayude.

– Cálmate Pepita, que cuando te sale el genio asustas a cualquiera.

– ¿Qué me calme? ¿Qué no pasa nada? ¿Quién coño es usted?

– El conductor del autobús. Si es capaz de relajarse un poco, meteremos sus cosas en la maleta y podremos salir de una vez.

Creo que me he ruborizado. Me estoy comportando como una cría y con el cabreo se me había olvidado que hay más pasajeros esperando para llegar a casa. Me he quedado inmóvil sin saber qué hacer, mientras Mari Puri y el conductor se afanan por volver a embutir mi ropa en la maleta. Ahora sí que estoy jodida, pienso, al darme cuenta de que el hombre lleva en la mano un par de tangas diminutos, al tiempo que mi rostro se tiñe de escarlata. Él parece darse cuenta y los guarda rápidamente en un rincón, pero no puede evitar sonreír ligeramente con una pizca de travesura colgándole en los labios. Luego se acerca a la parte delantera del autobús y vuelve con un rollo de cinta aislante con la que da unas cuentas vueltas a la maleta evitando que vuelva a abrirse.

– Bien, creo que de momento resistirá. Ahora ¿podemos irnos ya?.

– Lo siento, perdone, digo en un susurro al pasar junto a él.

– No tiene importancia, los nervios del viaje juegan a veces malas pasadas.

Mari Puri y yo nos sentamos justo detrás del conductor y durante el trayecto puedo ver a través del retrovisor las miradas que de vez en cuando me dirige. Me ponen nerviosa, a veces nuestros ojos coinciden y ambos nos apresuramos a desviarlos. Me doy cuenta de que el cansancio y la mala leche que se me ha puesto por el incidente han desaparecido como por arte de magia, y me sorprendo pensando que no me importaría que este viaje durase un poco más, pero para mi desgracia hemos llegado al punto de destino.

No hago caso de las prisas de Mari Puri para que nos apeemos del autobús y consigo que lo hagamos las últimas. Él está al lado del portaequipajes abierto ayudando a los pasajeros a sacar sus maletas. Espero que la mía resista hasta casa sin abrirse, afortunadamente estamos a sólo una manzana. Saca limpiamente la de Mari Puri y luego extrae la mía con mucho cuidado. Nuestras manos se rozan cuando me la entrega y ahora sí que el cosquilleo del estómago me deja casi sin respiración.

– Me llamo Enrique – me dice alargando su mano – y ha sido un verdadero placer conoceros.

– Yo soy Pepita y ella Mari Puri. Siento mucho lo de antes, me avergüenzo de mi comportamiento.

– No tiene importancia, esto de volar tiene sus riesgos, sobre todo en lo que se refiere al equipaje, el trato que recibe no es suave precisamente.

Nos quedamos un momento en un silencio incómodo.

– Bueno, gracias por todo – consigo decir – tenemos que irnos.

– Espera, espera un momento por favor. Me gustaría, me gustaría – tartamudea – me gustaría invitarte alguna tarde a tomar algo si no te molesta.

– Ehhhh – no se qué decir – no, no es molestia, estaré encantada.

– ¿Me das tu teléfono?

Y se lo doy. Mientras nos alejamos noto cómo tiemblan mis piernas, pero eso no me impide darle un codazo a Mari Puri para que deje ya esa risita tonta.

– Pepita, no seas bruta, que casi me tiras.

– Ya está bien ¿no? ¿se puede saber qué te hace tanta gracia?

– ¡Ay! Pepita, que nos hemos ido al Caribe en busca del amor, y mira por donde parece que lo tenías a la vuelta de la esquina.

– ¡Eh! No corras tanto, sólo vamos a quedar para tomar algo, nada más. Luego… ya veremos.

– Si se te nota en la cara, boba, parece que te hayas tragado una bombilla encendida que te ilumina toda.

– Calla, payasa. No quiero ilusionarme, ya ves cómo salieron las citas de tu agencia.

– No es lo mismo, Pepi, ni comparación. Ha habido química, lo se, eso se nota, y ya es un buen comienzo.

– Está bien, me gusta ese hombre, pero… ya veremos, que como tu dices me he vuelto muy exigente y no va a ser llegar y besar el santo.

– Qué razón tienen los que dicen que el amor no se busca, el amor te encuentra.

– Pues podía haberse dado un poquito más de prisa en encontrarme.

– No te quejes, hay gente que no lo encuentra nunca.

– Es un consuelo. Te quedas esta noche a dormir en mi casa ¿no?

– Sí, no tengo ganas de ir hasta la mía, estoy rendida. Oye, Pepita…

– ¿Qué?

– Prométeme una cosa.

– ¿Qué?

– Que cuando te cases me harás dama de honor.

Lo dice atragantándose mientras intenta no reírse. Me ha pillado por sorpresa, con la mano en la puerta abierta cediéndole el paso, cosa que aprovecha para pasar corriendo por mi lado, riendo a carcajadas.

– Hoy duermes en el sofá – grito mientras la persigo – por listilla.


PD: Gracias por vuestra paciencia.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias a tí por "en busca del hombre perdido", gracias por todas tus búsquedas.
Un abrazo, amiga.
K

Des dijo...

Tu siempre tan amable, echo de menos leer tus cuentos o tus poemas, lo sabes ¿verdad?
Un abrazo, corazón.

Anónimo dijo...

Interessante a história Des...


beijos


yllenah

Des dijo...

Muito obrigado pela sua visita e suas palavras agradáveis, yllenah.
Beijos