Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

jueves, 22 de julio de 2010

Una mañana de un día cualquiera (Escrito en Diciembre 2005)



Sentada a la mesa de la cocina apura su café de la mañana, de otra mañana más. Los platos sucios se amontonan en el fregadero, mientras por la ventana un día gris y lluvioso comenzó hace unas horas. Los chicos que aun le quedan solteros y el marido han salido hace un rato a unos trabajos miserables y mal pagados. Hace unos años, él, el hombre de la casa tenía un trabajo medio decente, hasta que llegó la temida reducción de personal y lo largaron a la calle. Desde entonces, anda de acá para allá, siempre malcarado con la frustración pintada en la cara y el cigarro colgando de la boca. Y ella sin un puto duro, siempre contando cada peseta. No es que antes le sobrase porque él le daba lo justo para pasar casa, pero ella se apañaba limpiando alguna escalera y contaba, al menos, con algo fijo todos los meses. Menos mal que tenían aquel piso, que parecía una caja de cerillas, ya pagado porque si no estarían en la calle.


Llena su vaso con coñac y se toma un trago. Le calienta por dentro. Hace tanto frío. La estufa sólo la enciende un rato por la noche cuando cenan en el destartalado comedor, en silencio, absortos en la televisión. Ahora, para ella sola, es un gasto inútil que no puede permitirse. La vieja gata se restriega por sus piernas, curvando su cuerpo para pasar entre ellas, como queriendo decirle que está allí a su lado buscando una caricia. Le habla, a veces, es la única que parece escucharla desde que, hace ya años, la encontró sucia y abandonada en la calle... la vieja gata.


Si toma dos o tres vasitos más conseguirá quitarse esta congoja y esta pena, como cada día, y una niebla blanda y espesa la hará ver las cosas más suaves y tenues, sin esas aristas afiladas que se le clavan en el alma. Y en un momento, empezará a oír esa vocecita que le habla bajito, desde dentro, y que no puede dejar de escuchar aunque se tape los oídos o encienda la radio. Tendrá que pensar en comprar otra botella en el súper o acabarán notando que es ella quien la termina. No sabe cómo podrá pagarla con el poco dinero que le queda. Antes, hace unos años, iba a la pequeña tienda del tío Miguel y le fiaba hasta que ella podía pagarle, pero ahora, con esos grandes supermercados... imposible. Bueno, ya pensará en eso más tarde, ahora necesita otro trago.


- Sigue, sigue, dándole a la botella, como si eso solucionase tus problemas. Lo que tienes que hacer es marcharte, marcharte antes de que sea tarde. Déjalos, a ver si así se dan cuenta que estás aquí, preocupándote por ellos.

- ¿Tú crees que se darían cuenta?. Tal vez cuando no hubiese nada que comer en la nevera, que sería mañana, porque está medio vacía. ¡Ay! ¿dónde voy a ir yo?, dime ¿dónde?.

- Pues a cualquier parte, a empezar de nuevo, trabajando en cualquier cosa... yo que sé.

- Siempre igual de soñadora ¿te has mirado en el espejo? ¿eh? ¿te has mirado? Porque yo sí lo he hecho. Y soy vieja, gorda, fea. Mira ¿has visto la ropa que tengo en el armario? Y aun puedo dar gracias a que Doña Encarna, la del tercero, me regala alguna cosita de vez en cuando. Y el pelo... ¿sabes cuando fue la última vez que me vio la peluquera? Mira, parece un estropajo y las canas se han hecho dueñas de la cabeza.

- Eso no importa, lo importante es lo que uno lleva dentro. Y tu eres valiente, has sacado adelante a tus hijos, a pesar del marido que elegiste, hija mía, que hasta para eso eres tonta. Con Evaristo te tenías que haber casado. Míralo, vino del pueblo, montó su pequeña ferretería y ahora es dueño de unas cuantas más.

- ¡Ay! Evaristo... era tan bueno y tan tímido. Pero llegó Tomás, con ese porte y esa labia, escribiéndome aquellos poemas... claro que yo no sabía, entonces, que los copiaba de un libro. Y a padre también le gustó, recuérdalo, que tenía carácter decía.

- Sí, ya lo creo que tenía carácter... para soltarte alguna hostia de vez en cuando y follarte como un bestia cuando viene borracho del bar, acuérdate del otro día cuando, sin más ni más, te la metió por el culo, el muy cerdo. Anda que se paró porque gritases de dolor y sangrases sin parar. No, al muy cabrón le gustaba. Y luego media vuelta y a roncar como un marrano. Cuando te casaste con él más te hubiera valido meterte a puta, como la Concha, al menos cobrarías.

- Calla, anda, calla. Me han dolido más otras cosas. Dos hijos tuve que deshacer, dos, porque nunca tuvo cuidado por no dejarme preñada. Si por él hubiera sido tendría una docena. Y eso duele ¿sabes?. Me daba terror que me faltase el periodo y tener que ir a aquella vieja maloliente a remediarlo. A veces tengo pesadillas y oigo niños que lloran y gritan. Déjame, déjame que tome otro trago.

- Por eso tienes que marcharte antes de que sea demasiado tarde. ¿Por qué no vas a ver a Evaristo? Puedes hablar con él, a lo mejor te echa una mano, por los viejos tiempos, porque estuvo enamorado de ti.

- Eres como una cría, siempre soñando. Como aquella vez que la tía de Francia te regaló aquellas zapatillas de ballet ¿recuerdas? Te pasabas las horas dando vueltas y vueltas por la habitación imaginando que bailabas en un gran escenario, y luego saludabas a los espectadores que se ponían en pie para aplaudirte. Hasta que se te ocurrió decir aquella tontería de que querías ser bailarina de ballet. ¿Qué cojones dice esta idiota? – soltó padre con la cara congestionada – aprende a fregar y a cocinar. Eso es lo único que te hace falta saber.

- Y guardé las zapatillas en una caja para no sacarlas nunca más... no sé qué sería de ellas.

- Luego soñaste con ser maestra, y peluquera, y enfermera, y... ¿dónde quedaron esos sueños? En la misma caja que aquellas zapatillas, olvidados para siempre. No, no me metas tus cuentos en la cabeza. Déjame en paz, tengo suficiente con dos o tres tragos de coñac por las mañanas. Me adormecen y ya nada me duele ¿sabes lo único que de verdad me apetece?... morirme, morirme un rato...


Se levanta despacio de la silla, se ha quedado helada allí sentada. Y ahora tendrá que meter las manos en el agua congelada para lavar todos aquellos platos. Ya ha tenido su pequeña charla con la otra, esa que anda siempre incordiándola un poco y hasta, de vez en cuando, la hace reír con sus ocurrencias.


Que me largue, dice... y ¿a dónde iba a ir yo?. Ven aquí, gatita, anda, sube un poco aquí, a mi regazo. ¿Dónde iríamos tu y yo? Para recibir patadas de otros pies, más vale que sean de los que conocemos, así igual tenemos suerte y podemos esquivarlas. Tú por lo menos tienes tus tejados para asomarte a mirar la luna. Tengo miedo que un día te pierdas y no vuelvas más. O que decidas correr mundo. Pero no, estás vieja y cansada, como yo. Y como yo, perdiste la ilusión, las ganas de vivir y la esperanza.

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