Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

viernes, 4 de septiembre de 2009

De nuevo, la vida (Diecisiete)


El paseo es reparador, en este lugar se respira serenidad, es como estar en paz con uno mismo. No se si es eso lo que hace que haya desaparecido la intranquilidad que tenía antes de venir, pero el caso es que no puedo evitar sentirme confundida. Desde que llegué, esa… llamémosle posesión de Dolores sobre mis actos, apenas se ha manifestado, salvo en circunstancias especiales, como la primera vez que me entrevisté con Paul, o cuando pasé por el lugar del accidente, o en nuestra visita a Igor. Y tampoco las sentí de forma tan intensa como cuando estaba convaleciente: aquellos sueños tan reales, el olor de las rosas, las imágenes que me asaltaban continuamente… no se qué explicación darle a todo esto.

Cualquiera en su sano juicio me diría que me obsesioné, que todo ha sido fruto de mi imaginación, que es imposible que alguien que ha muerto sea capaz de transmitir todas esas sensaciones por el simple hecho de donar uno de sus órganos vitales, que el corazón no es más que un músculo, que no tiene sentimientos. Nada que yo no sepa. Y sin embargo no pude inventarme la historia de su muerte, no pude adivinar por mi misma que era Dolores la dueña del corazón que colocaron en lugar del mío, no hubiese podido hacerlo sin su ayuda. Y ahora me encuentro perdida, sin saber qué espera de mi.

Transcribo al disco duro de mi ordenador una de las últimas notas de Dolores. Ella también estaba desorientada y en cierto modo asustada por lo que había pasado.

“No se si podré mirarle a los ojos cuando vuelva, pero tampoco puedo arrepentirme por lo que sucedió. Si no me hubiese mirado como lo hizo, si yo no me hubiese sentido tan especial al ver plasmada mi imagen en el lienzo, a través de sus ojos, si no fuese tan bello e inocente. Ahora me doy cuenta de que él entrega todo su cariño y gratitud a través del sexo, es su forma de demostrar el amor que siente hacia la otra persona. Claro que se excita y disfruta del placer, tiene el cuerpo de un hombre, con sus necesidades biológicas, pero su pensamiento es puro como el de un niño. Me recuerda a Christine, el bebé de Rose que con apenas tres años se masturbaba con aquél peluche que le regalé. Su madre no sabía cómo reaccionar al ver a su niña con las piernas aferrando el muñeco y aquella expresión de gozo en su carita sonrosada. El médico le explicó que la pequeña no era consciente de que aquello fuese nada censurable, ella sólo sabía que le gustaba lo que sentía y lo hacía con total naturalidad, es bastante frecuente en los bebés.

Quizá por eso, por la serenidad que transmitían sus ojos, no me moví cuando empezó a acariciarme la cara, dibujándola palmo a palmo con sus dedos suaves, rozando mis mejillas y mi frente, rodeando mis ojos, mi nariz, dibujando mis labios entreabiertos. Luego siguió bajando hacia el cuello, acarició mis hombros deslizando lentamente los finos tirantes del vestido, el vestido que él mismo eligió para pintarme. Después fue un torbellino de deseo y placer que me envolvió por completo y ya no pude parar, no quise hacerlo. Quizá pensé en algún momento que también yo podía ser su amante, quizá durante un instante, sólo un instante, volvieron a mi mente las imágenes de él y Paul gozando con sus cuerpos, quizá, no lo recuerdo. Su boca por mis pechos, su lengua explorándome el ombligo, sus dedos en mi sexo, me impidieron pensar en nada que no fueran besos, caricias, pieles, sudores y saliva.

Cuando su lengua explorando los senderos sinuosos y húmedos, abajo entre mis piernas, encontró el lugar exacto dónde debía posarse deseé que se parase el tiempo, que aquello no acabase nunca, o sí, porque la urgencia se hizo dueña y señora de todos mis sentidos haciendo que olvidase todo lo que no fuesen nuestros cuerpos. Sujeté su cabeza con mis manos haciendo deslizar su boca por mi sexo, que palpitaba preso de incontrolables espasmos de placer.

Su cuerpo vigoroso bajo el mío, moviéndose a la par, en sintonía. Mi sexo, como una boca húmeda y hambrienta, envolviendo su falo endurecido. Y otra vez la locura, que se tornó en ternura al mirar su sonrisa, y le besé la boca, mientras sentía como me llenaba, me vaciaba, y me volvía a llenar, como su sexo palpitaba allí dentro, desbordándose al fin entre gemidos.

No quería que me viese nerviosa, no quería que pensase que es malo lo que hicimos. Él no debe ensuciar sus pensamientos, no puedo permitir que nadie perturbe su inocencia. Estuve a punto de decirle que no le contase a nadie lo ocurrido, que era nuestro secreto, pero me arrepentí en el último momento, por si entendía que era algo que debía ocultarse. Sólo le dije cuánto le quería. Y sonrió feliz”.

También yo sonrío cuando termino de escribir. No deja de sorprenderme lo ocurrido, aún más si cabe que la relación entre Igor y Paul. Todo se desbordó cuando éste se enteró de lo que había ocurrido, o eso es al menos lo que transmiten las escuetas notas de Dolores: “No le he dicho que les vi aquella tarde, he aguantado en silencio sus gritos. No se si le duele por mí o por François” “Me pregunto ¿cómo es capaz de reprocharme con toda naturalidad mi infidelidad? ¿cómo se puede ser tan cínico?” “Pretende alejarle de mi para siempre, no voy a consentirlo. Intenta convencerme de que estará mejor en esa clínica donde piensa internarle. Si lo hace el secreto de su éxito verá la luz, se lo he prometido”.

Y nada más. A partir de ahí tendrá que ser Paul el que me cuente que ocurrió. De otra forma, como escribe Dolores, el secreto de su éxito se hará público.

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