Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

martes, 7 de abril de 2009

Pecado de juventud (Cuatro)


Desde que Rafael llamó a Gonzalo a su despacho, la tensión que existe entre ellos se hace presente en cada clase. No se qué jodido problema tienen estos dos. La gente no se atreve a hablar de ello, de ese ambiente extraño, de esos silencios que se producen cuando las miradas de ambos se entrecruzan. La mayoría tiene miedo de Gonzalo, de su reacción si se entera que se habla de él a sus espaldas.

Tengo la impresión de ser observada mientras sigo con interés la explicación de Rafael, en realidad estoy embobada mirando el movimiento de sus labios cuando habla, dejando entrever los dientes y esbozando una ligera sonrisa de tanto en tanto. Giro la cabeza buscando la causa de esa extraña sensación y sorprendo a Gonzalo mirándome fijamente. Me siento rara, creo que es la primera vez que sus ojos no me atraviesan como si de un ente invisible se tratase. Como en un reto me obligo a aguantar su mirada estoicamente ¿qué coño mirará este gilipollas? – pienso. Él, inexplicablemente, me sonríe.

Mi cabeza es un torbellino de ideas disparatadas y no consigo concentrarme en nada. No entiendo a qué ha venido esa sonrisa y me siento desbordada por una extraña mezcla de sensaciones. Gonzalo no es la clase de chico que me gusta, pero al mismo tiempo no puedo dejar de sentir un revoloteo en el estómago. Cuando suena el timbre que da la clase por finalizada, recojo mis cosas a toda prisa y salgo corriendo hacia el lavabo.

- ¡Qué coño te pasaba en clase! – es María que entra como un torbellino en el baño.
- ¿De qué estás hablando?
- No te hagas la despistada, he visto como te miraba.
- Yo qué se, tía. Le habrá dado por ahí, anda, vamos a casa, tengo que acabar el trabajo de música o me caerá también este trimestre.

Esperando en la puerta está Gonzalo.

- Gloria, te estaba esperando.

No contesto, sólo le dirijo una mirada interrogante.

- Si quieres te llevo en la moto hasta tu casa.
- No, gracias, voy con María.
- Por mí no te preocupes – dice Maria, que da un respingo al notar el pellizco que acabo de darle en el brazo.
- ¿De verdad no quieres que te lleve? Me apetecía charlar contigo un rato.

Mientras habla pone su mejor expresión de chico bueno, baja la mirada fingiendo timidez e imprime a su voz un tono cariñoso y suplicante.

- Tengo cosas que hacer, Gonzalo, quizá otro día.
- ¿Hablamos mañana? Es viernes. Al salir de clase podríamos ir a algún sitio a tomar algo ¿qué te parece?
- Esta bien, mañana hablamos.

Hace dos semanas que Gonzalo y yo somos poco menos que inseparables. Tengo que reconocer que sabe como conquistar a una chica, y a la madre de la chica, la mía está encantada. El primer día que me vio bajarme de su moto pensé que iba a echarme una buena bronca, todo lo contrario, no podía creer que el chico perfecto estuviese saliendo con su hija, y al parecer iba en serio ¿no?, ya le habían ido con el cuento algunas madres. Quizá no le gustaría tanto si entrase ahora en casa y nos pillase.

Mis padres se han ido a pasar fuera el fin de semana en un último intento por salvar su matrimonio. No se pueden aguantar las dos o tres horas que se ven al cabo del día ¿cómo van a soportarse mutuamente durante un largo fin de semana? Temo que regresen en cualquier momento, aunque sería un desperdicio no aprovechar la habitación del hotelito que ya han pagado.

Aún no acabo de cerrar la puerta y Gonzalo ya ha empezado a besarme. Su lengua en hunde en mi boca, recorre mis dientes y busca enredarse con la mía, mientras las manos se cuelan bajo la blusa y acarician mi espalda. Se me eriza la piel y empiezo a humedecerme…

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