Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

lunes, 27 de octubre de 2008

El último refugio (XXII)


Acepto a regañadientes la decisión que según ellos es la más conveniente: debo permanecer aquí, en casa de Mario, día y noche, pues Ernesto puede presentarse en cualquier momento, si realmente piensa en venir a buscarme. Ignacio está convencido de que vendrá y no cree que tarde mucho, la situación es cada día más acuciante y tienen serios indicios de que de un momento a otro, el Presidente y algunos de sus hombres de confianza intentarán huir del país por todos los medios. Pienso que, naturalmente, no nos lo cuenta todo. Estoy convencida de que ya tienen planeado el golpe final al gobierno por eso está tan seguro de lo que dice.

Ha traído un par de cámaras diminutas que instalarán en la entrada de la casa para captar cualquier movimiento sospechoso, estarán conectadas al ordenador de Mario y podremos vigilar lo que ocurre en todo momento. Tengo miedo por Antón, no se de qué puede ser capaz Ernesto cuando no me encuentre, no va a creer que me fui sin más e intentará sonsacarle (no quiero pensar por qué medios) la verdad sobre mi paradero. Mario parece adivinar mis pensamientos e intenta tranquilizarme: “estará bien, no te preocupes” me dice en un susurro, pero yo siento una angustia que me oprime el pecho, como si una mano de hierro me hubiese atrapado el corazón y amenazase con hacerlo añicos.

Podríamos subirlo aquí, me atrevo a sugerir. Me miran los dos, desconcertados, Ignacio no se da cuenta de a quien me refiero, enzarzados como están en planear el modo en que daremos el aviso cuando Ernesto aparezca y el momento exacto en que intervendrán para su detención. Les miro esperando una respuesta. Mario se levanta y viene hacia mí, me abraza.

- Si no encuentra allí a Antón, Ernesto sospechará que algo está ocurriendo y se largará sin perder un minuto ¿quieres vivir toda la vida pendiente de que cualquier día vuelva a buscarte?
- No, pero tengo miedo, tengo miedo de que le haga daño.
- Antón no es un niño, sabrá defenderse, ganar tiempo…
- Está inválido ¿lo has olvidado?
- No, no lo he olvidado, y es mi hermano ¿recuerdas? la invalidez no le afecta al cerebro, te lo aseguro. Pero si quieres podemos preguntarle a él si quiere venir aquí o quedarse en la casa ¿le preguntamos?
- Estás jugando sucio, sabes muy bien lo que responderá.
- Bueno, pues puedes intentar convencerle. Si dice que sí, le subo en la moto, o a caballo, si se niega, aceptarás que se quede.
- Está bien.

Bajo andando hasta la casa, necesito darme una ducha y cambiarme de ropa. No se cuántos días tendré que permanecer allá arriba y no me puedo llevar nada, tiene que parecer que salí a dar una vuelta, o como mucho a pasar el día en la ciudad para que Ernesto pierda un tiempo precioso esperándome. Camino despacio y sin hacer ruido cuando veo a Antón salir de las cuadras. Espero un poco hasta asegurarme de que está sólo y que todo sigue como antes. Él me ha visto y me hace una seña con la mano para que me acerque.

- Hola, rapacina, empezaba a preocuparme, pasaste mucho tiempo ahí arriba.
- Sí, y creo que tendré que pasar mucho más. Ven adentro, tengo que decirte algo.
- Ve tú delante, no me gusta tenerte a mi espalda.
- ¿No querrás mirarme el culo? – y se lo muestro empinado casi delante de sus narices.
- No me provoques – y me da una suave palmada al tiempo que me empuja hacia la entrada.

Le cuento la conversación con Ignacio y que dentro de un rato bajará Mario a colocar las cámaras, él asiente ante cada una de las decisiones que hemos tomado. Y ahora no se cómo decirle que no quiero que se quede aquí sólo, no encuentro las palabras adecuadas para convencerle de que es la mejor decisión.

- No pierdas más el tiempo, debes cambiarte y subir a la casa. Si quieres comer algo creo que Carmina dejó comida preparada. Le dije que no hacía falta que viniese en unos días, no quiero tenerla por aquí merodeando.
- Antón, quiero que vengas conmigo, no puedo dejar que te quedes, no puedo permitir que corras ningún peligro.
- Rapacina, se cuidarme sólo.
- No lo dudo, pero no menosprecies a Ernesto, no le conoces lo suficiente, no sabes de lo que es capaz.
- Escúchame bien y no me repliques. Tú eres la persona más importante en mi vida y no permitiré que nada te ocurra si está en mis manos impedirlo. Vas a subir a tu habitación, vas a darte un buen baño, y cuando estés lista volverás a casa de Mario. No quiero volver a verte hasta que todo esto haya pasado ¿me oyes? No quiero verte por aquí.
- Te odio.
- Yo también te quiero.

Subo las escaleras de dos en dos, furiosa, maldito cabezota, si te ocurre algo, juro que te mato…
(Continuará)

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