(Lujuria- Fernando Botero)
Baja las
escaleras con sigilo aunque sabe que sólo ella escuchará sus pasos. Su mujer,
desde que toma esas pastillas relajantes, cae como un tronco nada más poner la
cabeza en la almohada, y su hijo pasa la noche en casa de un amigo.
Cuando abre la
puerta de la pequeña habitación junto a la cocina, ella está arrodillada frente
a esa especie de altar que tiene montado
con velas y una docena de santos. Se pone de pie al tiempo que se vuelve hacia
él desabrochándose la bata con la que va vestida. Antonia, la criada boliviana,
se quita la prenda dejando al descubierto sus grandes tetas colgantes. La tripa
fofa cae sobre un monte de Venus negro y peludo donde él ha posado los ojos.
Cada noche se
promete que será la última, que echará de su casa a esa zorra de manos ásperas
y coño maloliente, pero acaba bajando las escaleras para follarla. Hoy está
decidido, lleva en el bolsillo del pantalón un fajo de billetes para ella,
quiere que se vaya para siempre. La mujer le pone las tetas en la cara, huelen
a jabón barato y a lejía, él le muerde con rabia un pezón.
Ocurrió por
casualidad, una tarde en que él llamó a su puerta, ya no recuerda el motivo. No
obtuvo respuesta y la abrió justo en el momento en que ella luchaba por sacarse
una camiseta demasiado estrecha. La visión de su cuerpo semidesnudo le trajo a
la memoria a la vieja Hortensia.
“¿Qué tiene
aquí mi niño? Esto ya está grande. Ven, ven con tu Hortensia, verás cómo te
crece” Y le metía la mano por la bragueta, se la meneaba hasta que él no podía
aguantar más. No era tan vieja la Hortensia, andaría por los cincuenta, pero
para un niño de catorce años, era casi una anciana. Se la chupaba con su boca
grande “dame la leche, niño, dámela toda, mira como la trago”. “Métela aquí,
por el culo, que te dará más gusto. Después le comerás el coño a tu Hortensia”
Le gustó como su polla se acoplaba en aquél agujero prieto, lo único prieto que
tenía la vieja. Sintió nauseas cuando ella le obligó a meter la cabeza entre
sus piernas restregándole el coño por la cara.
Desapareció un
buen día de su vida. Su padre dijo que se había marchado, que alguien le
ofreció un trabajo mejor. Y él empezó a frecuentar a las putas más viejas que
encontraba, aunque para casarse eligió a una mujer aséptica y delgada, con el
coño oliendo a jazmín y rasurado.
Ya ha vaciado
su urgencia. Mete la mano en el bolsillo del pantalón y le tira sobre la tripa
el fajo de billetes sujetos con una goma. Ella no dice nada, le mira sonriente
mientras hace la acción de meterse el pequeño paquete por el coño.
Vete de mi
casa, le dice mientras hace girar el pomo de la puerta.
Saliendo de la
habitación oye la voz de Antonia: “Tu hijo es un machote, folla como su padre”.
Y se ríe recostada en la pequeña cama. Y sus risas hacen temblar sus carnes.
1 comentario:
La historia se repite.
Te felicito, amiga, veo que sigues siendo una expléndida narradora y que tu pluma no ha perdido ni ápice su fragancia ni su frescura.
Percibo, al leerte, que te vas encontrando mejor. Me alegro.
Saludos.
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