Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

martes, 5 de enero de 2010

Indecisión



Fingí no conocerte cuando Ricardo te nombró esta tarde. Fue en una pausa para el café de la aburrida reunión de los jueves ¿te acuerdas? Me llamabas cuando aún faltaba un buen rato para que terminase. Yo salía al pasillo con semblante serio, haciendo como que hablaba con algún cliente. Mientras te escuchaba “¿ya terminas? me muero por verte, deja a todos esos cretinos y ven conmigo, anda, no tardes” sentía sus ojos, tras los cristales, clavándose en mi espalda. Luego volvía a mi sitio con el rostro imperturbable, y el corazón zapateándome por dentro de felicidad, la sangre en plena ebullición por el sólo hecho de escuchar tu voz, y el sexo palpitante y húmedo.


Fingí no conocerte mientras él insistía. Sí, mujer, tienes que acordarte, trabajaba en la segunda planta, en una empresa de publicidad, se marchó para probar suerte con el cine. Le he visto esta tarde, en la Gran Vía, fíjate qué casualidad. Quizá te has confundido – respondí – si como dices, hace años que se fue. No, era él, estoy seguro, no ha cambiado mucho. No se a qué venía tanta insistencia. Me disculpe y fui a encerrarme al baño.


Durante mucho tiempo esperé tu llamada de los jueves, no quería creer que te habías ido. Y eso que sabía que estabas decidido. No voy a pasarme la vida esperando que me concedas unas migajas de tu tiempo, dijiste, no quiero, aunque me muera de nostalgia, y llore de desesperación cada minuto por volver a tu lado.


Pasaron los meses y un buen día, una llamada a horas intempestivas me despertó sobresaltada. Una llamada anónima, sin número. Contesté, y al otro lado de la línea, silencio. Me quedé con el teléfono pegado a la oreja, aún después de escuchar que habían colgado. Cuando dejaba de dolerme el alma, cuando pensaba que por fin me había librado del recuerdo, otra llamada. Tenías que ser tú. Y no sabía si deseaba o no estar en lo cierto.


Fingí no conocerte. Pero encerrada en el lavabo, volví a sentir como si fuese ayer, tu cabeza, tocada con un gorro de lana, apoyada en mi hombro, y el calor de tu último abrazo. Y esa oscura mirada, cargada de reproche. Volví a ver tu silueta, calle abajo, alejándose, confundida entre el gentío.


Ha empezado a nevar. En la Gran Vía la gente aprieta el paso. Me subo la capucha y miro al cielo. Es extraño ver como en la oscuridad de la noche, aparecen los blancos copos precipitándose hacia el suelo. Parece cosa de magia. No se si quiero verte. No se si quiero que tú quieras verme. Si pienso en ti vuelvo a sentir lo mismo que sentía. No se si volvería a dejar que te fueses sin mi.


Estoy aquí, parada, observando los rostros que pasan a mi lado. No se qué estoy buscando, quizá espero ver aparecer, allá a lo lejos, tu silueta. O asegurarme de que Ricardo estaba equivocado, y no eras tu ése que ha visto, qué tontería, podrías estar en cualquier parte.


En algún rincón del bolso vibra el móvil, una llamada anónima, sin número. Al otro lado de la línea, nada. Miro a mi alrededor, y en una esquina un hombre está parado con el teléfono cerca de la oreja. No puedo distinguir su rostro. Sólo veo su cabeza tocada con un gorro de lana.




3 comentarios:

daltonicadelespacio dijo...

magico..
me encantó el final

Minea dijo...

Estupendo. Me ha gustado mucho. Es inevitable sentirse así, algunas veces.

Muy bien narrado.

Un saludo, Minea.

Des dijo...

Gracias a las dos.
Bienvenida daltónicadelespacio, gracias por tu visita. Y a ti, Minea, hola de nuevo.
Un abrazo.