Ya estamos otra vez igual, siempre la misma cantinela, que si no cambio el día menos pensado me dejarás solo, que si estás harta de mi humor caprichoso, de mi mala leche. ¡Vete, hostia! Vete de una puta vez y deja de tocarme los cojones. Y deja de llorar, me cago en tus muertos, que me tienes negro ya con tanta llantina. ¿Te vas? ¡Ale! ¡que te den! Mejor si no vuelves… a la puta mierda.
Ésta, dentro de un rato, está llamando a la puerta, pidiéndome perdón… como siempre. Menuda gilipolla. Ahora que esta vez la voy a tener llorando en la escalera toda la noche ¡qué se habrá creído!
Al cabo de un mes dejó de seguir a las mujeres que llevaban su mismo corte de pelo. A los tres, se aburrió de mirar por la ventana cada vez que un coche aparcaba frente al portal. A los seis, ya no temblaba cada vez que el móvil empezaba a sonar. Al año, se cortó la lengua.
No pudo contar por qué lo había hecho. Unos dijeron que se había vuelto loco, los más pensaron que fue un accidente.
En su lecho de muerte, maldice (en silencio) ser tan deslenguado.
1 comentario:
Buenísimo!!!!
Un saludo
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