Malditas las ganas que tengo de limpiar habitaciones. Virtudes se despereza en el sofá. Se está tan bien allí. Está en la salita que utilizan para tomar un bocado a mitad de mañana o un café cuando terminan su jornada. La estancia está caldeada, el sol entra a través del ventanal y calienta suavemente la piel. Esto es mucho mejor que la calefacción. Menos mal que sólo me queda dar una miradita a las habitaciones que anoche quedaron sin ocupar, rutina para comprobar que todo está en orden. Diez lleva en la lista, parece que a pesar de ser temporada baja sigue habiendo huéspedes en el hotel. Empezaré por la planta de abajo. La cuarta. La salita está en la de arriba, junto con tres o cuatro cuartos más donde guardan la ropa de cama y los utensilios de limpieza. Esto es pan comido, a ver si termino pronto y me da tiempo de tomar un café antes de acabar el turno. Arrastra su carrito de limpieza por la segunda planta. Habitación 223.
Qué cosa más rara, aquí huele a bombones de licor. ¡Me cago en la leche! ¿quién coño se dejaría ayer la ventana y las cortinas abiertas de par en par? Si se entera la gobernanta se le cae el pelo, seguro que fue Lola, mira que es despistada esa chiquilla, pues buena está la cosa, no se puede ir por la vida como va ella, haciendo las cosas al tuntún. Rodea la cama para cerrar la ventana cuando los ve tendidos en el suelo. Están desnudos y abrazados. Está a punto de gritar, pero instintivamente se lleva la mano a la boca y permanece muda. No puede apartar los ojos de la pareja que parece dormir ajena a su presencia. Es imposible que no se hayan despertado. Sus cuerpos que ya aparentan una cierta edad, desprenden una serena belleza. Virtudes vuelve a mirar la lista. ¡Joder! he debido meter la pata, si se despiertan y me ven aquí se va a armar la marimorena. La habitación 223 aparece claramente como desocupada. No puede ser. Permanece indecisa sin saber qué hacer y cuando decide ir a buscar a la gobernanta y les mira por última vez, no puede creer lo que está pasando. Abre los ojos desmesuradamente. Están desapareciendo, se deshacen hasta que sobre el suelo sólo queda una especie de polvo formando la silueta de los cuerpos.
Pero ¿qué cojones es esto? ¡Ay! Virtu, que no te tenías que haber fumado ese canuto después del almuerzo, mira que tiene razón Manolo y acabarás mal del coco. Ya, ya he empezado a imaginarme cosas, pero ¿cómo que imaginarme cosas? ¿y ese… lo que sea que se ha quedado en el suelo? Tengo que llamar a alguien, tengo que avisar de lo que ha ocurrido. ¿Qué voy a contar? y ¿quién me va a creer? Si me toman por loca, adiós a la renovación de contrato, y encontrar otro curro en estos tiempos está chungo, y menos un trabajo como éste. Lo mejor será que limpie el suelo, cierre la ventana y lo deje todo aseadito. Y me olvido, ya está, me olvido, aquí no ha pasado nada. Se asoma a la puerta que dejó entreabierta y escudriña el pasillo vacío. Del carro que dejó arrimado extrae el aspirador. Me da no se qué aspirar eso. Si son fantasmas o algo así no les va a gustar nada meterse en una bolsa llena de porquería. ¡Qué tonterías estoy diciendo! Dejo la maría… ¡lo juro! Vuelve el aspirador a su sitio y coge la escoba y el recogedor. Por si las moscas, mejor lo barro. Lo hace con suavidad, deshaciendo lentamente la silueta de la pareja y llevando el fino polvo hacia el recogedor. El olor a bombones de licor que desprende impregna su uniforme. Se queda un momento con aquello en la mano sin saber qué hacer, hasta que decidida se asoma a la ventana que da a un jardín interior y después de asegurarse de que nadie la ve, lo vacía. El polvo, como si tuviese vida propia, se junta formando un remolino y se aleja llevado por el viento.
¡Qué mala cara tienes! Están todas en la salita comentando los últimos chismes de las revistas del corazón. Creo que el almuerzo no me sentó bien. Me cambio y me voy a casa. Angustias la mira desde su sillón. Es la más veterana. Le tocó a la novata, puedo leerlo en su rostro. Recuerdo como si fuese ayer, la primera vez que los vi hace ya cinco años. Y luego todos, sin faltar uno, siempre el mismo día, siempre la misma habitación. Pobrecita, no dirá nada, como hice yo. Investigué, eso sí, no podía dejar de pensar en ellos. En los amantes que encontraron muertos hace diez años, tal día como hoy. El hotel intentó que no se le diese demasiada publicidad y en los periódicos y la televisión no dijeron el nombre del establecimiento, pero yo sabía que eran ellos. Alguien envenenó los bombones de licor que compartieron. Interrogaron a sus respectivas parejas pero no se detuvo a nadie por falta de pruebas. Quien quiera que fuese el autor del crimen, no consiguió acabar con su amor. Vuelven cada año a repetir su encuentro furtivo, una y otra vez, quizá para toda la eternidad. A veces siento envidia de ellos, pocos, muy pocos, conocen un amor así. Bueno, y algunas como yo, ni así ni de otra manera. Les he tomado cariño. Ahora ya puedo irme tranquila, a ver si me aprueban de una vez la maldita invalidez que ya no puedo con mis huesos. Ya tienen quien les vuelva a dejar libres cada año, porque seguro que les tiró por la ventana… si conoceré yo a la Virtudes
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