No había otro momento para subir a tender la ropa que un domingo a las nueve de la mañana. Llego a casa después de una noche de juerga y ahí está mi madre, esperándome. Que le duele la espalda, dice, y no puede con el cacharro de la ropa. Vale, vale, no tengo ganas de oír el sermón, mejor cojo la dichosa ropa y me largo dejándola con la palabra en la boca. Al abrir la puerta de la azotea se me pasa el malhumor, hace un día espléndido. Hay un tipo asomado a la azotea contigua, con los codos apoyados en la pared y mirando en dirección al mar. Me pongo a la faena, en cuanto termine voy a meterme en la cama y no me levanto hasta las siete de la tarde… por lo menos. El hombre se ha dado la vuelta y me está mirando. No sé cuánto tiempo lleva haciéndolo pero caigo en la cuenta que al agacharme dejo a la vista la mitad del culo con el tirachinas del tanga verde pistacho que llevo puesto. Sigo tendiendo la ropa, pero no puedo evitar mirarle de vez en cuando. Está empalmado el cabrón, menudo bulto tiene entre las piernas. Debe tener alrededor de cincuenta años pero no está mal. Será uno de esos polacos o rumanos que tienen alquilado un piso en el edificio de al lado. Le miro un rato y él se acaricia la entrepierna como en un descuido. Le saco la lengua y me voy.
He pasado toda la semana pensando en el hombre de la azotea. Mi madre se ha quedado parada cuando he subido a tender la ropa sin que ella me dijese nada. Me doy cuenta que estoy ansiosa por encontrarle. Está ahí otra vez, pero hoy no me da la espalda, creo que me esperaba. Empiezo a colgar la ropa en las cuerdas echándole una ojeada de vez en cuando. Llevo falda, una falda bien corta. Tardo más de la cuenta en colocar todas las prendas, creo que nunca lo hice con tanto cuidado. Y no quiero irme todavía. Me siento en el pequeño escalón que sobresale de la pared que rodea la azotea, a unos centímetros del suelo. Él no quita ojo de mis piernas. Dejo resbalar por los hombros los tirantes de la camiseta. Sé hacerlo como si pareciese algo casual. El derecho va cayendo hasta dejar media teta a la vista. Meto la mano y la acaricio hasta sacarla fuera. El tipo se ha acercado hasta la pared que está justo enfrente de donde estoy sentada. Se está sacando la polla, lo sé, aunque no pueda verla. Mis pezones se han puesto duros y mi coño está más que mojado. Me amaso las tetas ya sin disimulo y pellizco los pezones mientras él se pajea. Me voy sin esperar a que se corra.
Anoche, follando en el coche con Jaime, pensé en el polaco. Me enteré de que es polaco en el bar de Poli, ayer, mientras tomaba una coca-cola. Los hombres todo lo cotorrean y luego hablan de las mujeres. Pensé que era él quien me follaba en el suelo de la azotea. Jaime alucinaba viendo lo cachonda que estaba, y es que el pobrecito no da para mucho, si no me doy prisa con él me quedo a dos velas, debe padecer eyaculación precoz o algo así. Mucho “madelman” pero poco aguante. Subo las escaleras de dos en dos. No llevo bragas. Ya está apoyado en la pared mirando hacia mí. Me obligo a ir despacio, muy despacio, agachándome con cuidado para que sólo pueda ver mis muslos. Nada más. Cuando termino vuelvo a sentarme en el mismo sitio. Le miro un rato y abro las piernas. Abre los ojos y la boca al ver mi coño abierto en todo su esplendor. Subo la falda un poco más y empiezo a acariciarme, metiéndome los dedos bien adentro. Puedo escuchar los ronquidos de su garganta mientras su mano se mueve rápida. Saco los dedos de mi coño empapado y los lamo. Me los meto en la boca. Ha dejado de pajearse y mira por encima de la pequeña pared hacia abajo, por el hueco que separa su azotea de la mía. En un momento se ha encaramado a la cornisa. Tiene la polla tiesa fuera de los pantalones. Hace un movimiento de vaivén con el cuerpo y salta. En esos pocos segundos me he corrido. Está delante de mí, mirándome. Abro las piernas y él se lanza a comerme el coño. Me excita pensar que puede entrar alguien en cualquier momento. Y vuelvo a correrme en su boca. Echo su cabeza hacia atrás cogiéndole del pelo, y él se pone de pie. Antes de meterme la polla en la boca le digo: “llámame puta” “¿puta?” “sí, puta, puta, llámeme puta” Puta, puta, puta… repite sin parar mientras me llena la boca. “Si mañana vuelves a saltar… me follas” le digo ayudándome con señas. Y le dejo goteando semen.
No sé cuántas veces me he masturbado pensando en el jodido polaco. En el momento en que saltó para venir a comerme el coño. Quiero que salte otra vez, dejaré que me folle sólo por eso, que me la meta por el culo, que me haga lo que quiera. Mi madre no está en casa, creo que hoy le tocaba la abuela. No sé si debería tender hoy, ha estado llovisqueando un poco y el hombre del tiempo dijo que iba a llover. Qué sabrá el hombre del tiempo, si está saliendo el sol otra vez. Cojo el cesto con la ropa y las pinzas. Es verdad, el suelo de la azotea aun está un poco mojado, pero en cuanto el sol empiece a calentar… Está esperándome. Dejo el montón de ropa en el suelo y voy hacia él. Hace intención de subir la pierna para pasar, pero le digo que no, que espere. Quiero que se le ponga dura y se la saque. Me apoyo en la pared frente a él, separados tan sólo por la distancia que hay entre los dos edificios y dejo al aire las tetas. Se las enseño para que las vea de cerca. “¿Te gustan?” Afirma con la cabeza. “Me las vas a chupar y a morder… mira, mira” Y las estrujo, las amaso, mientras los pezones crecen y se empinan. Me toco el coño empapado y él se saca la polla. “Ven, salta, déjame que mire como saltas. Y dime puta, dime puta mientras lo haces”. “Puta, puta…” y se balancea. “Mas fuerte, dilo más fuerte” Me ha mirado un segundo y eso ha debido distraerle. “Puta…” y sus ojos se abren sorprendidos al darse cuenta que no hace pie. “Putaaaaaa….” O quizá estaba mojada la cornisa. Paf.
“Menudo lío se ha armado ahí abajo” dice mi madre entrando en casa. “¿Qué ha pasado?” “Seguro que estabas durmiendo, hija, nunca te enteras de nada. Uno de esos polacos que al parecer se ha caído de la azotea. O se ha tirado, vete tú a saber. Aunque dicen sus amigos que andaba muy contento últimamente. Los vecinos dicen que a lo mejor quería cruzar a nuestra azotea para entrar luego a robar a cualquier casa. Y tampoco me extraña, de esta gente no te puedes fiar. ¿No habrás subido a tender la ropa?” “¿No has oído que va a llover, mamá? Y hoy que no estabas para darme la tabarra…” Se me cierran los ojos, estoy rendida. Me he corrido tres veces recordando los ojos asombrados del polaco… menuda sorpresa se llevarían al verle con la polla fuera.
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