Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

sábado, 24 de julio de 2010

Secretos



Apenas una sombra, un reflejo fugaz en un espejo. Aun así reconocí al instante su silueta, esa especial forma de caminar, erguido, ausente, como si siempre estuviese dos centímetros por encima del resto de mortales.


Se aceleró mi pulso, juro que yo no quise. Se aceleró mi pulso e instintivamente posé mi mano derecha sobre el pecho, en in intento vano por detener el golpeteo que sentía allá dentro. Y me escondí, sí, eso hice, aunque me avergüence admitirlo. Me metí en un zaguán y esperé inmóvil, un minuto, dos, tres… que se hicieron eternos.


Ya está, pensé, pasó el peligro, y salí de mi escondite para unirme de nuevo a la riada de peatones que llenaba la acera. Calculé mal el tiempo o él lo perdió con cualquier tontería, y cuando me di cuenta ya era tarde. Allí estaba mirándome, apenas unos pasos y me daba de bruces con su cuerpo.


¡Ah! Cómo odié aquellos ojos que miraban igual, igual que siempre, azorándome, poniéndome nerviosa, excitando todo lo susceptible de excitarse. A la mirada felina, la acompañaba una boca jugosa, jugosa y sonriente, maliciosa e inocente al mismo tiempo, una boca que besé tantas veces que podía distinguir su sabor entre mil bocas.


Mis ojos se quedan allí, parados en su boca. Percibo el movimiento de sus labios. No quiero escuchar su voz, no quiero oír lo que me dice mientras alarga sus manos hacia mi y me mira de esa forma. ¿Qué puedo hacer? ¡Ah! Sí, puedo tararear, puedo tararear cualquier canción. Y tarareo. Y mi voz va aumentando el volumen. Por un momento parece que da resultado, ya no le escucho, aunque de pronto se hace el silencio a mi alrededor y vuelvo a oírle ronroneando como un gato. Puedo taparme los ojos como cuando era chica y no quería que me viesen. Pero sus manos se acercan cada vez un poco más, mientras yo retrocedo. Debo hacerlo despacio para que él no se de cuenta. Y luego, cuando se confíe me escaparé corriendo. Despacio, despacio, un paso más. ¡Ahora! Ahora es el momento.


¿Quién me sujeta los brazos atrás? Suéltame, hijo de puta, suéltame. ¡Socorro! ¡Socorro! Ayúdenme, por el amor de Dios, que alguien me ayude. Todos se apartan de nosotros y me miran con recelo. Puedo leer en sus ojos lo que piensan. Algunos sienten miedo, otros se compadecen, y los más parecen sorprendidos. Y es eso, eso es lo que les aterra, por eso me tienen encerrada, porque saben que puedo leer en su mirada, no tienen secretos para mi, nadie puede esconder su alma de mis ojos.


¡Cabrones!


Vamos, Marga, me susurra al oído, no nos lo pongas más difícil, se buena chica. Escupo a sus pies, y mi saliva se escurre por su zapato de fina piel marrón. Su mirada es ahora cruel, se lo que piensa, pagaré caro ese escupitajo. Con la cabeza erguida me dirijo hacía el vehículo que me espera con la puerta trasera abierta.


¡Vamos, vamos! Circulen, circulen, no pasa nada, oigo decir a un policía dispersando a la muchedumbre que se agolpa en la acera.


No pasa nada, es sólo una pobre loca que se escapó del psiquiátrico.


Eso es lo que piensan.


La próxima vez no podrán atraparme. Desvelaré cada uno de vuestros secretos hasta que deseéis sacaros los ojos para que no pueda leer en vuestro interior, pero antes os mataréis unos a otros, odiaréis a vuestros padres, hijos, hermanos, amigos, vecinos, compañeros y amantes, porque conoceréis la verdad sobre lo que pensáis los unos de los otros.


Pero antes, antes acabaré con ese cabrón que viene a follarme cada noche… conozco su secreto.


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