Y allá que voy yo a la segunda cita, pero esta vez nada de libros y rosas, ya estaba bien de tonterías. Les dije a los de la agencia que me enseñasen una foto y que él viese también la mía, así si a primera vista el físico no nos agradaba, no teníamos que perder el tiempo. El tipo no estaba mal, era delgado y de buena estatura. En la foto vestía unos jeans y una camiseta de manga corta. Su rostro también era agradable, no es que fuera guapísimo, pero a simple vista, no destacaba ningún rasgo extraño. Era algo miope, por lo que llevaba gafas graduadas, también elegidas con buen gusto acorde con sus facciones. Sus ojos se veían de un color castaño, así como el pelo, que lo llevaba corto y bien arreglado. No era la idea que yo tenía de un informático, y no sé por qué, la verdad, pero la mayoría de los que he conocido eran un poco bohemios. Decidí vestirme yo también en plan informal, nada de vestido, ni medias, ni tacones altos. Me puse también unos jeans con camiseta de tirantes y una cazadora de entretiempo.
Cuando llegué a la cafetería donde nos habíamos citado y después de dar una mirada a dos o tres hombres solos que había por allí, me di cuenta de que no había llegado. ¡Vaya! ya empezamos, con lo que odio esperar ¿por qué la gente no podrá ser puntual?. Armada de paciencia, me senté a esperar mientras saboreaba una copa de vino blanco. Había pasado como media hora cuando un golpe en la silla donde estaba sentada, me hizo saltar asustada. Me di la vuelta dispuesta a “merendarme” al bruto que casi me tira al suelo, que no era otro que el sujeto al que esperaba. Iba hablando con el móvil y gesticulando sin parar. Me hizo una especie de saludo y se sentó enfrente mío, sin dejar ni un momento su conversación. Bueno, Pepita, será alguna cosa de trabajo, ten paciencia- me dije. Pero pasaban los minutos y el tío no parecía que tuviese intención de colgar. Yo, mientras, no sabía qué hacer. Resulta muy embarazoso estar escuchando la conversación de alguien que no conoces de nada, y me estaban entrando unas ganas terribles de largarme. Después de un buen rato, oí que por fin se despedía. ¡Menos mal! Porque entre el retraso y el dichoso teléfono, me parece que poco tiempo tendremos para hablar- pensaba yo entre tanto. Depositó el teléfono sobre la mesa y nos presentamos. Yo esperaba alguna disculpa, pero no, que va, aquel tipo debía pensar que lo que hacía era algo normal. Y a continuación empezó a hacerme preguntas dándome la impresión que estaba respondiendo a un test o algo así. Y volvió a sonar el teléfono. En ese momento el camarero se acercaba a nuestra mesa con intención de servirnos. Él pidió una cerveza sin dejar de hablar por el dichoso móvil que ya pensaba yo que debía ser una parte inseparable de su persona. Entonces hice una pequeña maldad, me acerqué al oído del camarero y le pedí la botella de vino más cara que tuviese en el bar. El chaval, muy simpático él, me guiñó un ojo. Aquel cretino seguía charlando, y por lo que yo podía entender era con un amigo, pues planeaban la salida para el fin de semana. Llegó el camarero con las bebidas, abrió la botella de vino y me sirvió una copa, al tiempo que dejaba el ticket de caja debajo de la cerveza de mi acompañante. Bebí unos sorbos de aquel caldo delicioso y cuando me di cuenta que él estaba terminando la conversación, me levanté, y me colgué el bolso al hombro dispuesta a marcharme. En ese momento él miró la cuenta y los ojos casi se le salen de las órbitas. En el preciso instante en que su mirada se dirigía hacia mí, le lancé un beso con la mano y me largué.
“No, vosotros no me habéis citado con un hombre, eso era un móvil con algún raro espécimen pegado, además de impuntual y maleducado”- yo estaba furiosa. Y la Barbie me miraba con cara de boba: “Pepita, es que tu eres muy exigente, el chico además estaba de muy buen ver”. “Sí, claro, si eso no lo niego, pero para pegar un polvo no vengo yo a una agencia matrimonial, monina, que hay por ahí muchos garitos para el ligoteo. Pero, vamos a ver, ¿es que aquí no hay hombres normalitos?, de esos a los que le gusta charlar, que empiezan hablando del tiempo mientras poco a poco la conversación va pasando a otros terrenos. Me imagino yo a éste si en la primera cita no me hace ni puto caso, ¿qué será después?”.
Después de desahogarme, me convencieron para que tuviese un poco de paciencia, que no siempre se acierta a la primera, me decía la Barbie, que al final siempre aparece la pareja que estamos buscando. Vale, accedí, aguantaré un poco más.
Y llegó el tercer candidato.
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