Duchada y con ropa limpia bajo las escaleras pensando en irme sin decirle nada, que se entere de una vez que estoy enfadada, cabreada y muerta de miedo. Al oírme, lleva su silla hasta la entrada de la cocina, yo hago como que no le veo y sigo caminando hacia la puerta, pero cuando estoy a punto de abrirla me vuelvo hacia él y corro a sus brazos. Lo hago con tanta fuerza que casi le tiro. Allí, acurrucada en su abrazo siento que nada malo puede pasarme, que tiene el pecho más acogedor y poderoso que jamás haya existido, me resisto a salir de su refugio. Él me empuja suavemente y me besa muy despacio en los labios, márchate, me dice, muy pronto todo esto habrá pasado, te lo prometo. Ahora sí me voy sin volverme a mirarle.
Por el camino de vuelta me cruzo con Mario que va a colocar las cámaras. Cuando estén listas nos llamará para que comprobemos que funcionan correctamente, luego comeremos un poco ¿tienes hambre? me dice, niego con la cabeza, y tras mirarnos unos instantes, sigo subiendo por el estrecho sendero. Al llegar a la casa me encuentro con Ignacio hablando con alguien por el móvil, me saluda con un guiño y sigue con su conversación. Yo me meto en la cocina a ver lo que encuentro para preparar algo de comida, estoy rebuscando en el frigorífico cuando Ignacio se asoma a la puerta.
- ¿Qué haces?
- Intento encontrar algo que echarse a la boca, seguro que Mario y tú estáis muertos de hambre.
- No lo había notado, pero ahora que lo dices… esos ruidos que escuché hace un momento deben ser los rugidos de mi estómago.
- ¡Vaya! Y yo que pensaba que era un oso pardo merodeando por aquí.
- Me alegra que lo tomes con humor, se que esto va a ser duro para ti pero también me consta que eres fuerte y no dudo que todo saldrá bien.
- Sólo temo por la seguridad de Antón y de Mario, lo que ocurra con Ernesto o conmigo no me importa, no quiero volver a ver a ese cabrón, nunca más, no me importa si se pudre en la cárcel, se larga al Caribe, o le meten un tiro entre ceja y ceja, sólo quiero olvidarme de él para siempre.
- Voy a ver si Mario termina con las cámaras y luego disfrutaremos sin más de una buena comida, seguro que encontrarás por ahí alguna cosa, aunque sea un pizza congelada o sardinas en conserva, creo que mi apetito no le hará ascos a nada.
Parece que comeremos algo mejor, encuentro una puchero de berzas con patatas guardado en la nevera, lo pongo a calentar en el fuego y me acerco al salón. En la pantalla del ordenador aparecen las imágenes de la entrada de mi casa con Mario y Antón gesticulando ante las cámaras. Ignacio les está dando instrucciones para solucionar algún pequeño problema con el sonido, que queda arreglado al cabo de un momento cuando sus voces llegan nítidas a través de los altavoces. Además conectan un dispositivo que hará saltar una alarma directamente al ordenador en el momento en que detecten cualquier movimiento. Cabe la posibilidad de que un pájaro o algún pequeño animal la active, pero las molestías que eso puede ocasionar se compensan con la seguridad de recibir el aviso sin tener que pasarse las veinticuatro horas pegados a la pantalla.
No tengo mucha hambre pero como un poco de aquel apetitoso puchero, bromeando con Mario que jura y perjura haber sido él el artífice del exquisito guiso. Tiene que explicarnos punto por punto cómo lo ha cocinado para que Ignacio y yo acabemos creyéndole, parece que el chico tiene algunas buenas cualidades aún por descubrir. A mitad de la tarde Ignacio se despide no sin antes darnos las últimas instrucciones. Habrá siempre preparado un pequeño grupo de hombres directamente a sus órdenes para dirigirse a mi casa en el momento en que demos la alerta, aunque de todos modos estaremos en contacto diario para comunicarnos cualquier novedad que pudiera producirse o para comprobar cualquer indicio o sospecha que pudiese llevarnos hasta Ernesto o sus hombres.
Luego Mario sale a hacer su ronda diaria por el bosque, hay algunas cosas que no puede dejar para el día siguiente, mientras yo rastreo noticias en el ordenador. Algunas páginas internacionales dan ya por hecho el golpe de estado que se avecina, pues es eso de lo que se trataba al fin y al cabo, ésta vez no son los militares los que se disponen a usurpar el poder a quien lo ostenta en este momento, es la oposición a ese gobierno, respaldada por un pueblo harto ya de una política de prohibiciones, castigos, venganzas y corrupción que ha coartado durante años su libertad, convirtiéndoles en un rebaño callado y obediente que se puede humillar y pisotear sin apenas protestas. En la televisión nacional reponen viejas series sin intentar siquiera aparentar normalidad, se han suprimido totalmente las noticias: política, sucesos, internacional, deportes… ni siquiera la metereología se salva de la quema, es como si de pronto viviésemos aislados del mundo.
Cuando vuelve Mario yo estoy medio dormida en el sofá, prepara un caldo bien caliente mientras insiste para que me vaya a la cama. Él piensa darse una ducha y quedarse en el sofá vigilando por si ocurre cualquier cosa. Es tan cabezota como su hermano, así que harta ya de discutir con él, me voy a la cama.
Doy vueltas y vueltas incapaz de coger el sueño, la modorra que tenía cuando Mario llegó parece haber desaparecido por completo.
- No puedo dormir.
- Pero… si estabas muerta de sueño hace un momento.
- Ya lo sé, pero ahora me he despejado y no paro de dar vueltas. Acuéstate tú, yo me quedaré aquí, si al final me duermo me despertará la alarma.
- No, si quieres quedarte, lo haremos los dos, anda, ven aquí, apóyate en mí y cierra los ojos, intenta descansar un rato.
Me tumbo de lado en el sofá y apoyo la cabeza en el hueco que se forma entre su hombro y su cuello, mientras él me envuelve entre sus brazos…
Por el camino de vuelta me cruzo con Mario que va a colocar las cámaras. Cuando estén listas nos llamará para que comprobemos que funcionan correctamente, luego comeremos un poco ¿tienes hambre? me dice, niego con la cabeza, y tras mirarnos unos instantes, sigo subiendo por el estrecho sendero. Al llegar a la casa me encuentro con Ignacio hablando con alguien por el móvil, me saluda con un guiño y sigue con su conversación. Yo me meto en la cocina a ver lo que encuentro para preparar algo de comida, estoy rebuscando en el frigorífico cuando Ignacio se asoma a la puerta.
- ¿Qué haces?
- Intento encontrar algo que echarse a la boca, seguro que Mario y tú estáis muertos de hambre.
- No lo había notado, pero ahora que lo dices… esos ruidos que escuché hace un momento deben ser los rugidos de mi estómago.
- ¡Vaya! Y yo que pensaba que era un oso pardo merodeando por aquí.
- Me alegra que lo tomes con humor, se que esto va a ser duro para ti pero también me consta que eres fuerte y no dudo que todo saldrá bien.
- Sólo temo por la seguridad de Antón y de Mario, lo que ocurra con Ernesto o conmigo no me importa, no quiero volver a ver a ese cabrón, nunca más, no me importa si se pudre en la cárcel, se larga al Caribe, o le meten un tiro entre ceja y ceja, sólo quiero olvidarme de él para siempre.
- Voy a ver si Mario termina con las cámaras y luego disfrutaremos sin más de una buena comida, seguro que encontrarás por ahí alguna cosa, aunque sea un pizza congelada o sardinas en conserva, creo que mi apetito no le hará ascos a nada.
Parece que comeremos algo mejor, encuentro una puchero de berzas con patatas guardado en la nevera, lo pongo a calentar en el fuego y me acerco al salón. En la pantalla del ordenador aparecen las imágenes de la entrada de mi casa con Mario y Antón gesticulando ante las cámaras. Ignacio les está dando instrucciones para solucionar algún pequeño problema con el sonido, que queda arreglado al cabo de un momento cuando sus voces llegan nítidas a través de los altavoces. Además conectan un dispositivo que hará saltar una alarma directamente al ordenador en el momento en que detecten cualquier movimiento. Cabe la posibilidad de que un pájaro o algún pequeño animal la active, pero las molestías que eso puede ocasionar se compensan con la seguridad de recibir el aviso sin tener que pasarse las veinticuatro horas pegados a la pantalla.
No tengo mucha hambre pero como un poco de aquel apetitoso puchero, bromeando con Mario que jura y perjura haber sido él el artífice del exquisito guiso. Tiene que explicarnos punto por punto cómo lo ha cocinado para que Ignacio y yo acabemos creyéndole, parece que el chico tiene algunas buenas cualidades aún por descubrir. A mitad de la tarde Ignacio se despide no sin antes darnos las últimas instrucciones. Habrá siempre preparado un pequeño grupo de hombres directamente a sus órdenes para dirigirse a mi casa en el momento en que demos la alerta, aunque de todos modos estaremos en contacto diario para comunicarnos cualquier novedad que pudiera producirse o para comprobar cualquer indicio o sospecha que pudiese llevarnos hasta Ernesto o sus hombres.
Luego Mario sale a hacer su ronda diaria por el bosque, hay algunas cosas que no puede dejar para el día siguiente, mientras yo rastreo noticias en el ordenador. Algunas páginas internacionales dan ya por hecho el golpe de estado que se avecina, pues es eso de lo que se trataba al fin y al cabo, ésta vez no son los militares los que se disponen a usurpar el poder a quien lo ostenta en este momento, es la oposición a ese gobierno, respaldada por un pueblo harto ya de una política de prohibiciones, castigos, venganzas y corrupción que ha coartado durante años su libertad, convirtiéndoles en un rebaño callado y obediente que se puede humillar y pisotear sin apenas protestas. En la televisión nacional reponen viejas series sin intentar siquiera aparentar normalidad, se han suprimido totalmente las noticias: política, sucesos, internacional, deportes… ni siquiera la metereología se salva de la quema, es como si de pronto viviésemos aislados del mundo.
Cuando vuelve Mario yo estoy medio dormida en el sofá, prepara un caldo bien caliente mientras insiste para que me vaya a la cama. Él piensa darse una ducha y quedarse en el sofá vigilando por si ocurre cualquier cosa. Es tan cabezota como su hermano, así que harta ya de discutir con él, me voy a la cama.
Doy vueltas y vueltas incapaz de coger el sueño, la modorra que tenía cuando Mario llegó parece haber desaparecido por completo.
- No puedo dormir.
- Pero… si estabas muerta de sueño hace un momento.
- Ya lo sé, pero ahora me he despejado y no paro de dar vueltas. Acuéstate tú, yo me quedaré aquí, si al final me duermo me despertará la alarma.
- No, si quieres quedarte, lo haremos los dos, anda, ven aquí, apóyate en mí y cierra los ojos, intenta descansar un rato.
Me tumbo de lado en el sofá y apoyo la cabeza en el hueco que se forma entre su hombro y su cuello, mientras él me envuelve entre sus brazos…
(Continuará)
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