Apenas hablamos durante nuestro encuentro, así que no sabía cuáles eran sus planes. Lo más probable es que volviese con su pueblo en cuanto se recuperase del largo viaje. Me dije a mi misma que era lo mejor que podría ocurrir, haríamos el amor mientras permaneciese con nosotros y para cuando decidiese marcharse ya me habría cansado de él.
Pasé la mañana en la cabaña poniendo un poco de orden, preparé una buena olla de verduras, que mi esposo acababa de recolectar, y añadí gruesos trozos de carne, encendí el fuego y lo dejé haciéndose lentamente mientras me acercaba al río para darme un baño. Quería estar sola y quitarme el salitre del mar que llevaba pegado a la piel. Nos bañábamos en un meandro ancho y profundo de aguas tranquilas que se arremolinaban un poco más abajo adquiriendo velocidad hasta un poco antes de llegar a su desembocadura donde volvían a apaciguarse para buscar el contacto con el mar. El agua estaba helada, y los peces me rozaban las piernas al pasar junto a mí. Me froté el cuerpo y el pelo con un trozo de jabón de los que mi madre me enseñó a fabricar, y me sumergí luego en las aguas serenas y transparentes. Cuando emergí a la superficie vi a mi esposo sentado en la orilla mirándome.
- Estás preciosa – volvió a decir.
Le besé suavemente los labios.
- Creo que Kadir quiere establecerse aquí – dijo de pronto – no con nosotros, en nuestro pueblo, pretende construirse una cabaña en el bosque y empezar una nueva vida. No va a volver con su pueblo. Ha solicitado nuestra ayuda para enseñarle a trabajar la madera, a cambio contribuirá a aprovisionarnos de carne, parece que es un buen cazador.
Yo permanecía en silencio, escuchándole. Acercó su mano a mi rostro y lo alzó hasta que consiguió que le mirase a los ojos.
- ¿Te has enamorado o sólo le deseas? A mi puedes contármelo, aceptaré tu decisión, pero temo por ti, no quiero que sufras, no deseo que te alejes de mí.
- Efrén, esposo mío, no se lo qué me pasa, no puedo darle nombre a esto que siento, pero se que no lo sentí jamás. He sido feliz a tu lado, muy feliz, pero no quiero engañarte, solo pienso en él, mi corazón, mi piel, mi sexo le añoran cada segundo que no le tengo cerca. Ayúdame, no quiero tener que marcharme lejos, no podría abandonar a mis hijos, me moriría. Moriré de igual modo si tengo que renunciar a él. Pero eso es lo que yo siento, no se lo que siente él.
Nuestro pueblo se equivoca, Efrén, no pueden prohibir un sentimiento. Nuestra felicidad no será plena jamás. Sí, el amor es sufrimiento a veces, como la vida ¿no sufres cuando se nos va un ser querido? ¿no sufres cuando alguien enferma? Pero también es alegría, una alegría que no se puede comparar con ninguna otra, sólo se puede entender cuando se siente. Somos los hombres los que ensuciamos el amor, con celos, rencores, venganzas… Debemos enseñar a nuestros hijos que amar no es un castigo de los dioses, pero que tampoco se puede obligar a alguien a amarnos sólo porque nosotros lo deseemos, debemos enseñarles que es un sentimiento libre, que si algún día tienen la suerte de encontrar el amor, quizá sea para siempre, o quizá no. Y que si eso ocurre, deben aprender a aceptarlo y dejar que la persona amada encuentre el amor de nuevo, y darse ellos la oportunidad de hacer lo mismo.
- Espera aquí – dice mientras me acerca una piel que ha traído con él y se levanta para marcharse.
Permanezco sentada esperando a Efrén, preguntándome dónde ha ido tan de repente cuando escucho pisadas a mi espalda. Es Kadir que se acerca sonriente. Se sienta frente a mí y toma mis manos.
- Te amo – dice mirándome a los ojos – pensé que no podía ocurrirme algo así, pero ha ocurrido. No voy a separarme de ti, no ahora que te he encontrado. Deseo con toda mi alma empezar una nueva vida a tu lado. No te voy a pedir que nos marchemos lejos de aquí, no voy a obligarte a abandonar a tus hijos. Podemos formar nuestro propio pueblo, muchos seguirán nuestro ejemplo, estoy seguro. No habrá prohibiciones, nuestros hijos serán libres para amar, podemos hacerlo.
Las lágrimas han ido resbalando por mis mejillas, y él acerca su boca para beberlas. Le abrazo con fuerza y se que mientras nos amemos estaremos juntos venciendo todas las dificultades, se que es ahora cuando empieza mi vida.
Los ancianos de la tribu hablaban del amor, alertaban a los jóvenes imberbes y a las niñas a punto de menstruar sobre los peligros de ese sentimiento maldito, fruto de una imaginación demoníaca que destruiría para siempre su libertad.
Les observo sonriente, escondida tras el tronco de un árbol. Cada vez son menos jóvenes los que acuden a escucharles. Nuestro pueblo del bosque se va nutriendo con nuevas parejas de enamorados, Efrén y Merine viven también con nosotros, por fin ella se atrevió a confesarle su amor. Al atardecer nuestros niños se sientan alrededor de la hoguera a escuchar los cuentos que narramos los adultos, sin miedos ni tabúes.
Nuestros niños aprenden, poco a poco, a vivir y a amar en libertad.
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