Durante toda la clase, Laura sigue observando al Chori de soslayo. El movimiento rítmico y continuo de sus pies revela su nerviosismo. Permanece con la mandíbula tensa queriendo parecer interesado por lo que explica la profesora, pero ella sabe bien qué está rumiando, que no puede quitarse de la cabeza la puta nota anónima.
Cuando finaliza la clase sale disparado al pasillo, camina arriba y abajo ante la puerta del aula donde está Malena, que permanece cerrada. Es tan despistado que no recuerda que ese día tienen al mismo profesor durante dos horas seguidas. Laura se acerca a él y le lleva discretamente hacía una de las ventanas al final del pasillo, alguien comenta que tienen libre la última hora porque al parecer el Pelao, que es como llaman al de Literatura, está enfermo.
– Te invito a un cigarrito en el patio ¿hace? No me mires así, Malena no va a salir, repiten clase con el Plasta.
El Chori asiente mientras se dirigen a las escaleras.
Se sientan en el suelo, en un rincón del patio.
– ¿Vas a decirme qué coño te pasó? ¿A qué venía montar tanta bulla?
Sin decir nada, el Chori saca del bolsillo una hoja de papel arrugada y se la tiende a Laura, que finge no saber lo que pone en ella.
– ¿Esto es todo? No me jodas, tío, pensé que eras un poco más listo. Esta mierda es obra de cualquiera.
– No soy gilipollas, Laura, conozco la fama de los cubanos, y Malena vive en ese barrio. Además ¿quién puede ser tan cabrón para tomarse tantas molestias?
– No se qué tiene que ver que Malena viva en ese barrio, tu sabrás lo que tienes en la cabeza. Y eso puede haberlo escrito cualquiera, un tío envidioso porque Malena es tu chica, o una tía de tantas a las que dejaste plantada y ha querido darte a probar tu misma medicina. A más de una la has jodido bien poniéndole los cuernos.
– Sí, ya lo se. A ti no te los puse, antes te conté que me gustaba Malena.
– Seguramente tuvo mucho que ver aquello que te dije de que si se te ocurría pegármela con otra , te cortaba los huevos.
Por primera vez, el Chori sonríe.
– Y te creí, cabrona, tu hubieras sido muy capaz.
Lo que no te dije – piensa Laura – es que si me dejabas por otra, te los cortaría igualmente.
– Tía, he metido la pata ¿verdad?
– Hasta el fondo. Si yo fuese Malena, después del pollo que le has montado delante de todos, no te volvía a mirar a la cara. Pero, tienes suerte, ella es de otra pasta.
– ¿Qué hago? Ayúdame, Laurita.
– Si me vuelves a llamar Laurita, acabaré cortándote los huevos.
– ¡Qué bruta eres! – dice el Chori, riendo.
– A ver, Malena tiene clase por la tarde ¿no?
– Sí, y después se queda una hora más por lo del repaso de castellano. Yo no tengo clase, las dos de hoy las tengo aprobadas… es lo que tiene ser repetidor ¿Tu también vuelves esta tarde?
Laura ya sabe todo eso, pero disimula.
– Sí, yo también, y ya debería estar en casa preparándome la comida en lugar de estar perdiendo el tiempo aquí contigo. A ver, puedes esperar a que termine y luego la invitas a comer en un burguer o algo así, te disculpas, y esta noche cuando termines de machacarte, correr y todas esas cosas raras que haces, vas a verla y la sorprendes con algún detallito.
– Había pensado dejar hoy el gimnasio y comprar entradas para ver una peli.
– ¡Joder! sí que te dio fuerte. Tampoco te pases o pensará que eres un calzonazos que puede manejar a su antojo. Los hombres sabéis muy poco de psicología femenina.
– Está bien, te haré caso. Voy adentro no sea que salgan antes de tiempo. Gracias, tía, eres cojonuda.
– De nada, mamón, y no la pifies, haz exactamente lo que te he dicho.
La tarde transcurre tranquila. Por la expresión de Malena, Laura sabe que el Chori siguió al pie de la letra su consejo. Ahora viene lo más difícil.
No se equivocó al elegir ese día precisamente para llevar a cabo su plan. Pasará la noche sola, ya que a su madre le toca guardia en el hospital por lo que no volverá hasta las ocho de la mañana. Ha salido del instituto una hora antes de lo que lo hará Malena, tiene el tiempo justo para prepararse. Merienda un poco y se cambia de ropa. Se pone unos pantalones de chándal y una sudadera con capucha, guantes y el casco de la moto. Cogerá la de su hermano que está guardada en el garaje mientras él sigue el curso en el seminario. Mete algunas cosas en la mochila y llama a su madre por teléfono. Le cuenta que tiene que estudiar para el examen de matemáticas del día siguiente y que se acostará temprano. Antes de salir de casa, le escribe un e-mail a Vanesa contándole cuatro tonterías, y lo programa para que se envíe en hora y media. Repasa mentalmente su plan para asegurarse que no deja ningún cabo suelto. Es la hora. Tiene que atravesar toda la ciudad y no quiere llegar tarde a su cita.
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