Patio Casa Lobato

Imagen: Manuel García

martes, 10 de junio de 2008

Rayas


No puede soportarle. Sabe que no podrá soportarle por mucho tiempo. Ella le quiere, tiene que quererle, llevan toda una vida juntos. Y es bueno. Y la cuida, la mima, incluso le deja su trocito de libertad. No, no se entienden. En realidad nunca se entendieron, siempre miraron la vida con distintos ojos. Sólo comparten los hijos, la casa, los gastos y las cosas que lleva consigo la convivencia. Pero jamás se contaron esos íntimos pensamientos que hacen que dos almas se encuentren, se conozcan. Ni los sueños, los anhelos, los deseos secretos.

Desde hace algún tiempo, él se muestra a veces irascible, grita sin motivo, hace un desierto de un grano de arena. Ella sabe el motivo, esas rayas de coca que se mete por la nariz de vez en cuando, están haciendo de él otro hombre. No quiere hablar de ello, incluso niega hacerlo, pero ella se lo nota en la cara nada más verle. No la engaña. Lo huele. No sabe si ese polvo blanco huele a algo, pero cambia el olor de su piel y de su aliento. Y se niega a besarle, esconde su boca cuando él lo intenta. Le dan arcadas. Él siempre tiene ganas de follar, pero a veces no consigue que se le ponga dura. Y otras, tarda tanto en correrse que ella se cansa de aguantar sus embestidas. Y tiene miedo que un día se le pare el corazón mientras la folla. Así que le rechaza y se inventa excusas, y entonces él la acusa de que ya no le quiere. Y ella está empezando a odiarle.

A veces, cuando surge una disputa, ella calla, no tiene ganas de pelear, y además sabe que no es él, es esa mierda que hace que pierda los estribos. Pero hoy cuando él se puso a gritar por una tontería, ella gritó más fuerte y después se largó dando un portazo.

No sabe ya qué hacer para acabar con esa situación, no puede convencerle de que es un enfermo.
No puede. No entiende qué placer puede sacarle a eso. Y aunque sabe que lo hace de tarde en tarde, tiene miedo que empiece a depender de ello y su vida se convierta en un infierno.
Y no, aunque le quiera, no va a arder con él en esa hoguera.

Nunca deseó ser una mártir, ni va a ofrecer su vida a ese dios al que llaman amor. Da igual lo que digan de ella, no le importa. Ya no le importa nada.

Está llegando al límite. Falta apenas algún pequeño roce para que se le haga insoportable, como cuando un dolor que padecemos va aumentando en intensidad tan débilmente que no nos damos cuenta y de pronto un horrible pinchazo nos lo hace notar. Falta sólo una fina raya para que ella se marche. Y será para siempre.

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