Patio Casa Lobato
sábado, 30 de mayo de 2009
viernes, 29 de mayo de 2009
Vendemos felicidad... presupuesto sin compromiso (AUTOR: MI LECTOR ANÓNIMO K)
martes, 26 de mayo de 2009
¿Estáis preparados?
¿No estaréis pensando que se me había olvidado?...¡hombres y mujeres de poca fe!... ¿cómo se me iba a olvidar? lo tengo apuntado en el calendario con letras ASÍ DE GRANDES y de colores. Así que ya estáis siguiendo mi ejemplo y cogiendo las PDA, móviles, almanaques, libretitas, posit para pegar en la nevera, cualquiera cosa donde se pueda escribir y que tengamos siempre a mano. En la frente, también ¿por qué no? podremos acordarnos cada vez que nos miremos al espejo, pero eso sí, no os olvidéis de escribirlo al revés, por aquello del reflejo.
lunes, 25 de mayo de 2009
Dentro de pocos días...
viernes, 22 de mayo de 2009
Teatro: EL SOMRIURE DE M. O'HARA
jueves, 21 de mayo de 2009
Teatro: MANS QUIETES!
Pecado de juventud (final)
Después de comer unos dulces y beber las copas preparadas por Gonzalo, todo empezó a volverse borroso, parecía que estaba en una nube, sentía mi cuerpo liviano y sin embargo me costaba moverme. Sentí como Gonzalo me desnudaba, veía sus manos pasar como sombras ante mis ojos, intentaba fijarme en ellas pero aparecían y desaparecían casi sin darme cuenta. Escuchaba su voz en mi oído. Una voz que parecía querer tranquilizarme ¿por qué? No estoy nerviosa, pensaba, ni mareada, ni siquiera sabía como me sentía.
Me encontré de pronto acostada sobre algo blando, miré a mi alrededor y comprendí que estaba en la cama. Gonzalo me acariciaba y yo intenté hacer lo mismo, pero él continuaba con la ropa puesta. Sentí algo frío pegado a mi oreja, en la otra, Gonzalo me estaba diciendo algo que yo no comprendía: “Dile que venga, que estás esperándole, Gloria, habla, habla de una puta vez”. Balbuceé un “ven, ven, por favor”.
Debí quedarme dormida un momento. Escuchaba voces, no, seguro que estaba soñando, allí estábamos Gonzalo y yo solos. Me costaba abrir los ojos y permanecí inmóvil intentando aclarar mi cabeza. “¿Qué le has hecho? Cabrón, voy a …. contigo” Risas. “No le …. nada”… “esto… divertido”. Parecía que empezaba a despejarme un poco. Algo frío y metálico rozándome los pechos, los hombros, el cuello. “Quieta, no te muevas, esto te va a gustar” Una mano se mueve entre mis piernas, las separa, y llega hasta mi sexo. Me acaricia. “Gonzalo” digo en un susurro. “Estoy aquí, estoy aquí contigo” y busca con pasión mi boca. La siento luego lamiendo mis pezones y empiezo a notar la humedad entre mis piernas.
Se aparta de mí y abro los ojos. Los cierro de inmediato. No puede ser, debo seguir soñando, estoy segura. Poco a poco, vuelvo a separar los párpados, cuando quiero gritar, una mano me lo impide tapándome la boca, intento levantarme, pero compruebo que no tengo fuerzas para hacerlo y busco con los ojos a Gonzalo, no se qué espero. Delante de mí, de pie, está Rafael, custodiado por dos de los amigos de Gonzalo, éste sonríe mientras juega con una enorme navaja, otros dos de sus incondicionales están al lado de mi cama, uno de ellos es el que me mantiene con la boca cerrada, y un tercero sostiene una cámara de video.
“¿No te dije que nos íbamos a divertir, preciosa? Ten, tómate otra copa, y después harás todo lo que yo te diga” Intento mover la cabeza negando, pero se acerca a mí y me sujeta la cara con violencia. “Déjala en paz, hijo de puta, tenía que haber acabado contigo entonces, eres un cabrón mal nacido” “Con qué pruebas, imbécil, estate quieto o la mato aquí mismo, después de que todos estos se la follen. Me tienes harto y esta vez voy a quitarte las ganas de amenazarme para siempre. Entonces era un crío, pero ahora he aprendido mucho, tengo experiencia, cabrón, y tú y esa puta vais a hacer lo que a mi me salga de los cojones ¿estamos?”
Siento las lágrimas resbalar por mi cara ¿qué está pasando? No entiendo de qué hablan. Gonzalo se acerca a mí con una copa en la mano. Tengo miedo. Abro la boca y dejo que el líquido baje por mi garganta. “Ábrete de piernas, tu querido profesor, te va a hacer un trabajito” Se sienta en la cama, muy cerca de mi cabeza y veo relucir la hoja de acero brillante. La bebida empieza a hacer efecto y me siento otra vez transportada a un mundo extraño y ligero. Unas manos me cogen de las piernas y me arrastran hacia los pies de la cama, me incorporan ligeramente y colocan almohadones en mi espalda. “No me obligues a hacerle daño, empieza a comerle el coño o te arrepentirás, cabronazo, hazla gozar, quiero oírla gritar de placer”. Entreabro los ojos y veo a Rafael arrodillándose y al momento siento el ligero calor de su aliento. El frío de la navaja acaricia mi cuello. Alargo los brazos y cojo su cabeza con las manos atrayéndole hacia mí. No quiero que nos maten. Restriego mi sexo contra su boca, su nariz, su cara. Sólo se escuchan mis gemidos y alguna respiración entrecortada. Ya no me importa la navaja, ni todos los que están mirándome, sólo deseo correrme de placer en esa boca. “Ten cuidado o lo ahogarás entre las piernas, zorra” Carcajadas. Por fin llega el orgasmo. Grito y me retuerzo, luego nada.
Me sacuden. “Vamos, cariño, aún no has terminado”. Tardo en tomar conciencia de lo que pasa. Paso la mano por mis pechos, mi barriga, estoy mojada, pegajosa. “Es bueno para la piel, no seas remilgosa, los has puesto a todos bien calientes, guarra, y se han hecho un paja mientras tú te corrías de gusto. He dejado que te lo echasen encima, se lo merecían, los pobres” “Cerdo” Es todo cuanto consigo decir. “¿Prefieres que te follen? Puedo hacerlo, míralos, están deseando meterte sus pollas por el culo, así que no me jodas” “Arrodíllate” me grita mientras tira de mi brazo. “Arrodíllate y hazle una buena mamada, como tú sabes… empieza”.
Rafael está de pie con la cabeza caída hacia un lado. Me mira un momento, implorante, no lo hagas, parece querer decirme con sus ojos. Pero tengo que hacerlo, no quiero morir ni que le maten, estoy aterrorizada. “Abre esa boquita y empieza a trabajar”. Bajo la cremallera de la bragueta y saco su pene fláccido. Masajeo los testículos como Gonzalo me enseñó, los lamo suavemente, los introduzco en la boca, jugueteo con ellos, mientras con la mano empiezo a masturbarle. Me cuenta que aquello cobre vida, pero poco a poco va tomando consistencia. Paso la lengua una y otra vez por su contorno, con la punta golpeo la punta, se está poniendo dura. “Sigue, zorra, sigue así, lo estás consiguiendo… tú ¿estás grabándolo todo bien?” Levanto la vista y sorprendo a los demás masturbándose de nuevo. Están todo a mi alrededor, con la polla en la mano, sin apartar la vista de mi boca. Tengo que concentrarme. Rodeo el pene con los labios ejerciendo presión mientras empiezo a mover rítmicamente la cabeza. Percibo un ligero movimiento de Rafael intentando apartarse, me aferro a sus nalgas y le empujo hacia mi boca. Le pillo desprevenido y entra tan profundamente que me produce arcadas. Acelero el ritmo de mi movimiento, succiono, golpeo con la lengua el capullo inflamado y siento que ya llega el momento. “No te apartes, trágalo” Las manos de Gonzalo inmovilizan mi cabeza justo cuando un chorro de semen caliente inunda mi boca. “Mira a la cámara, así, con su leche chorreando”. Me quedo en el suelo arrodillada, escucho sollozar a Rafael. Luego, otro trago de aquél licor empalagoso y dulzón. Siento que me estiran de los brazos y me llevan hasta la cama. Una vez más, me duermo.
- ¡Qué cabrón, Díos mío, Gloria! ¿Cómo has podido guardar eso en secreto tanto tiempo? ¿Cómo pudiste soportarlo?
- No lo sé, Xuso. Durante mucho tiempo pasé por un infierno, hasta que un día, no se cómo, había logrado esconder todo aquello en algún sitio muy hondo de mi memoria. Pero, espera, déjame que acabe de contarte la historia.
Cuando desperté permanecí inmóvil un buen rato, no acababa de despejarme y tenía serias dudas sobre si todo aquello no había sido una terrible pesadilla. La habitación, toda la casa, estaba en silencio. Pensé que me habían dejado sola y con dificultad me incorporé en la cama. Desde allí pude ver a Gonzalo sentado en el sofá viendo la televisión tranquilamente. Quizá me emborraché y todo ha sido un mal sueño, me decía intentando convencerme, pero tenía la piel pegajosa y la boca me sabía a sexo. “¡Vaya! ¿ya te has despertado?, será mejor que te duches y te llevo a casa” Algo debió leer en mis ojos porque los suyos se llenaron de rabia en un momento. “¿Qué pasa? No te hagas ahora la remilgada, a mí no me engañas, has disfrutado como una zorra. ¡Levántate! Y, escúchame bien, ni una palabra de esto, o inundaré la ciudad con las copias de esa peli porno de la que eres protagonista”. Deseaba preguntarle qué pasaba con Rafael, qué le habían hecho, pero las palabras se negaban a ser pronunciadas. Obedecí y me metí bajo un chorro de agua hirviendo intentando que toda la pena, la vergüenza, el asco, el miedo… desapareciesen por el desagüe.
Gonzalo me acompañó a casa, con su tan ensayado encanto convenció a mi madre de que algo no me había sentado bien, que lo mejor era que me metiese en la cama y me dejase dormir. Yo deseaba dormir para siempre, no iba a poder vivir después de aquello, jamás podría mirar a la cara a Rafael, ni a todos aquellos hijos de puta que estuvieron presentes, ni a mis padres. Nunca podría recuperar a la antigua Gloria.
Pasé una semana metida en la cama, casi sin comer, sin hablar con nadie. Mi madre, asustada, hizo venir al médico. El hombre no encontró nada físico causante del estado en que me encontraba, me recetó unas vitaminas, y dijo algo de una depresión, me recomendó un tiempo de reposo, quizá alejarme unos días de mi entorno habitual, lo atribuyó quizá a un desengaño amoroso, en la adolescencia cualquier nimiedad puede desencadenar un problema serio. Gonzalo me visitó un par de veces, me negué a verle. Papá decidió que iría unos días al pueblo con la abuela.
Aquella tarde vino María. Quería despedirse de mí. Nada más entrar en mi habitación, me abrazó y rompió a llorar. Traía una mala noticia: Rafael había sufrido un terrible accidente de coche, murió en el acto. Nadie se explica como fue que su coche se despeñó por el barranco, ni que hacía allí, en la montaña, sólo, un domingo por la noche. Lloré todas las lágrimas que no había derramado en muchos días, lloré hasta quedarme vacía por dentro. Después me levanté y les dije a mis padres que no iría con mi abuela, la próxima semana volvería a las clases.
Nunca más le dirigí a Gonzalo una palabra, ni siquiera una mirada, había dejado de existir para mí. Terminé el curso a duras penas, con algunas pendientes para Septiembre, y el resto ya lo sabes, al año siguiente apareciste tú, y no te puedes imaginar cuánto me ayudaste con tu sola presencia.
- Siempre me sentí culpable de la muerte de Rafael, debía haber denunciado lo que ocurrió esa tarde.
- Gloria, eras una niña, no te martirices más con eso.
- ¿Sabes que Gonzalo tenía una hermana gemela?
- ¿En serio? Siempre creí que era hijo único.
- También yo. Cuando estudiaba periodismo antes de que tú volvieses a aparecer aquí en Barcelona, dediqué muchas horas a investigarle. Estaba obsesionada por averiguar que era lo que Rafael sabía, por qué le había amenazado, qué era aquello tan importante que Gonzalo guardaba en secreto. Si supieras las horas que dediqué a indagar quien era antes de llegar al instituto y convertirse en el chico encantador que todos imaginaban que era. Todas las horas, Xuso, todas las horas que me dejaba libre el estudio.
- ¿Qué descubriste?
- No demasiado, tenía una hermana gemela y ambos fueron alumnos de Rafael en un colegio privado de Madrid. Sí, Gonzalo era madrileño. Busqué todas las noticias de años anteriores intentando encontrar algo, y al fin di con ello. Una niña de ocho años había sido encontrada en una casa abandonada en un estado lamentable, la habían atado a una vieja cama, donde la golpearon y la violaron utilizando un palo. Como consecuencia de los golpes recibidos en la cabeza quedó condenada a un estado semi-vegetativo e ingresada en un centro especializado. La busqué y después de muchos meses, pude averiguar donde estaba. Un fin de semana me desplacé hasta el lugar, simulé que era una antigua amiga y me dejaron verla. Era igual que Gonzalo, una chica preciosa con la mirada perdida y la boca babeante. No hablaba, ni una palabra, ni un gesto, sólo me pareció notar un ligero temblor en su cuerpo cuando nombré a Gonzalo.
- ¿Sabes qué ha sido de ella?
- No, después de eso, decidí dedicarme de lleno a mi trabajo y olvidarme de todo.
- Estás espectacular, preciosa, vas a ser la envidia de la fiesta.
- Calla, adulador, tú tampoco estás nada mal.
- ¿Preparada?
- ¡Sí, señor!
- Pues vamos allá, a comernos el mundo.
Cuando llegamos al lugar donde se celebra la fiesta, ya han llegado muchos de los invitados. Es un chalet en las afueras, precioso, con piscina, dicen que lo alquilan para algunos actos como convenciones, cenas de empresa y cosas parecidas. En la entrada hay una mesa con tarjetas de identificación para prendernos en la ropa, con nuestro nombre escrito en cada una de ellas. Me fijo que la de Gonzalo aún está allí, él no ha llegado. Entramos en una gran sala llena de gente, distribuida en corrillos, hay cierto barullo, todos miran primero el nombre en la tarjeta para reconocerse. Cada vez que se abre la puerta cientos de ojos se vuelven a mirar al recién llegado. Ahora somos Xuso y yo, quienes llamamos su atención. Según nos vamos acercando, llegan los abrazos, besos en la mejilla, apretones de manos. Muchos lucen cuerpos metiditos en carne, otros un incipiente calvicie, pero si te fijas bien en sus rostros, en todos queda algo de aquellos adolescentes de hace veinticinco años.
Abrazo a María, está guapa, le sienta bien la madurez, ya no es aquella niña gordita y patosa. No puedo evitar cierta emoción. Se abre la puerta y todas las miradas se centran en el recién llegado. Es un hombre delgado, atractivo, luce una barba recortada, y se apoya en un bonito bastón. Es Gonzalo.
La cena ha terminado, alguien ha puesto música de aquellos años y los altavoces retumban por toda la casa. Salgo por la puerta de la cocina, en la parte de atrás de la casa, allí se encuentra la piscina. Entonces le veo, apoyado en su bastón, al lado mismo del agua, mirándome. Respiro hondo y me acerco.
- Estás preciosa, deslumbrante. No te veía desde que te trasladaste a Barcelona. Me he preguntado muchas veces como sería mi vida si hubiésemos seguido juntos, en serio. Por más mujeres con las que estuve, ninguna como tú, lo juro. La verdad, pensé que no vendrías, intenté indagar entre los compañeros pero nadie supo decirme nada seguro. ¿Por qué has venido? Quizá esperabas encontrarte con la noticia de que había muerto de un infarto, víctima de un cáncer o algo por el estilo… jajajajaja, pues no, lo siento, pero aquí me tienes vivito y coleando. Se te ha comido la lengua el gato, sería una pena, porque sabías hacer buen uso de ella.
- Vete a la mierda.
- Y ahora vives con un maricón, lo que faltaba.
- Ese maricón es mucho más hombre que tú.
- ¿Has visto a esos como bajaban la cabeza? Los muy imbéciles no se atrevían a mirarte ¿crees que no me he dado cuenta? La de veces que se han masturbado pensando en aquella tarde. Me costó frenarles, no creas, se morían de ganas de follarte. Ven, acércate, aquí no pueden vernos.
El barullo de la música llega hasta allí, Miro a mi alrededor, no hay nadie. Me acerco lentamente, “acabo de recordar algo” le digo en un susurro “que no sabes nadar”. Golpeó con el pie su bastón y pierde el equilibrio. Se tambalea durante unos segundos y cae al agua con un chapoteo. Durante un rato observo como bracea y mueve desesperadamente las piernas. Se hunde y vuelve a salir un momento, para volver a hundirse de nuevo. Esto por Rafael y por mí, también por mí.
Vuelvo a la puerta de la cocina y enciendo un cigarrillo.
- ¿Dónde estabas? – es Xuso que acaba de aparecer.
- Estoy aquí, en la cocina todo el tiempo, contigo, y acabo se salir a fumar un cigarrillo ¿no te acuerdas?
Me mira extrañado pero asiente.
- No lo olvidaré, te lo prometo.
lunes, 11 de mayo de 2009
Pecado de juventud (Siete)
- ¿De qué hablas, gloria?
- De lo que pasó con Gonzalo, Xuso, de eso hablo.
- Oye, no tienes que contármelo, y si en algún momento ha dado la impresión de que quería que lo hicieras… olvídalo.
- Siéntate y escucha. Tengo que hablar de ello y sólo puedo hacerlo contigo. No me interrumpas, porque ni yo misma tengo una idea clara de todo lo que pasó, los recuerdos aparecen como en ráfagas, imágenes fijas, detalles, no se si podré contarlo de forma coherente… ¿me entiendes?
Mueve la cabeza con un gesto afirmativo.
Aquel viernes Gonzalo estuvo pendiente de mí todo el día. No dejó de dedicarme sonrisas, caricias furtivas, suaves besos entre clase y clase… al día siguiente, sábado, me daría su gran sorpresa. Yo me sentía la heroína de aquella película, la chica de la que se enamora perdidamente el protagonista, no podía darme cuenta de las risitas disimuladas de los cinco o seis de sus vasallos principales, que andaban algo nerviosos y pendientes en todo momento de los deseos de su jefe.
Al terminar la clase de literatura, la voz de Rafael se alzó por encima del barullo que formábamos mientras recogíamos los libros y libretas esparcidos por los pupitres: “Chicos, no os olvidéis de hacer el trabajo que os encargué el martes pasado. Gloria… ¿puedes esperar un momento? me gustaría hablar contigo”. Al instante se me hace un nudo en el estómago y un ligero temblor sube por mis piernas. Instintivamente miro a Gonzalo, su rostro ha sufrido una transformación, mantiene las mandíbulas apretadas y mira fijamente al profesor. “Sí, claro”, respondo con un hilo de voz al tiempo que me acerco hacia su mesa. Él se ha puesto en pie esperando que los demás salgan por la puerta, Gonzalo es el último en hacerlo o eso es al menos lo que imagino, porque por alguna razón no me atrevo a mirarle.
- Gloria, quizá no sea asunto mío, pero… estás saliendo con Gonzalo ¿no?
- Sí, bueno, últimamente nos vemos a menudo ¿por qué me lo preguntas? ¿pasa algo?
- No puedo decirte con quien debes relacionarte, sólo quiero advertirte sobre él, ten cuidado, Gloria, algunas personas no son lo que aparentan, y Gonzalo es una de ellas.
- ¿Qué pasa con él? ¿hay algo que debería saber?
- Sólo ten cuidado, no puedo decirte nada más.
- Está bien, lo tendré.
Gonzalo estaba esperándome en la puerta.
- ¿Qué quería ese? – me pregunta.
- Nada importante – le respondo, mientras echo a andar hacía la salida.
Me coge del brazo para detenerme.
- Me haces daño, suelta.
- ¿Qué te ha dicho?
- Que si necesito documentarme para el trabajo, en la biblioteca hay un libro que puede servirme de ayuda – invento sobre la marcha.
- Pues eso debería haberlo dicho para toda la clase, parece que tiene cierta preferencia por ti ¿no crees? A lo mejor espera alguna clase de favor. Le gustas.
- Vete a la mierda.
- No te enfades, perdona, por favor, no quiero que ese gilipollas estropee nuestra cita de mañana.
- Está bien, pero deja de decir tonterías, a ver ¿me vas a contar algo? ¿qué te traes entre manos?
- Es una sorpresa, ya te lo he dicho. Te acompaño a casa y le pido permiso a tu madre para que te deje venir mañana a pasar el día con mis padres.
- ¿Vamos con tus padres?
- ¡Qué ingenua eres! Es una pequeña mentira para poder estar juntos todo el día sin que nadie nos moleste. Te recogeré sobre las doce… ponte guapa.
Por fin llegó el sábado. Estaba arreglada una hora antes de la convenida, con el corazón brincando y el estómago revuelto. A las doce en punto apareció Gonzalo, se deshizo en halagos hacia mi madre, prometió devolverme sana y salva, y nos fuimos subidos en su moto. Nos dirigimos a las afueras de la ciudad, hacia una zona de chalets y pequeñas casitas desperdigadas. Delante de una de ellas, Gonzalo paró la moto y nos apeamos.
- Este es mi escondite secreto – me dijo, mientras metía la llave en la cerradura y la hacía girar.
Me sujetó del codo y me hizo pasar.
Me encontré en una sala bastante grande que parecía un decorado de cine. En la parte derecha, una sofá esquinero y una mesa pequeña delante adornada con un pequeño jarrón de flores. A la izquierda, arrimada también a la esquina, una gran cama cubierta con un dosel en color melocotón subido de tono. Una puerta comunicaba con la pequeña cocina, y otra permanecía cerrada.
- ¿Es tuya?
- Creo que era de mi abuela, o de algún pariente lejano. Mis padres no la utilizan y yo la decoré a mi manera.
- ¿Un picadero? ¿Aquí es donde traes a tus amigas?
- Hum…. Tú estás celosa.
- Eso quisieras.
- Sólo traigo aquí a quien de verdad lo merece.
- Y ¿se puede saber qué he hecho yo para merecer tanto honor?
- Tranquila, cada cosa a su tiempo, ya lo descubrirás por ti misma. Siéntate y ponte cómoda. Voy a preparar algo para picar y tomamos una copa. Tienes que comer y coger fuerzas, vamos a pasarlo muy bien, te lo aseguro.
Se ha ido acercando a mí, me besa el cuello, las orejas, mientras sus manos acarician mis pechos por encima de la blusa y me aprietan contra su cuerpo. No puedo evitar sentirme excitada ante la perspectiva de imaginados placeres.